Por Miguel Ángel Carrasco
Médico y periodista
Esta semana, convaleciente de Covid y a sugerencia de un amigo periodista, vi el filme. Lo arrendé por $1.900 pesos (fue antes que se estrenara en Netflix) y cuando comenzó, aunque parezca cliché, no podía creer lo que veían mis ojos: nada más ni nada menos que la triste realidad.
De entrada, la película desnuda el cinismo social de Chile al mostrar que 50 personas mayores de 70 años llegan a una entrevista de trabajo anunciada en un diario. Todos sabemos que nadie puede vivir después de los 65 años con 150 mil pesos, pero que lo muestren en el cine, impacta.
La oferta laboral era de espía contratado por una hija que temía que su madre, recluida en un Establecimiento de Larga Estadía para Adultos Mayores (ELEAM), fuera maltratada y víctima de robos.
Mientras avanza el relato, queda en evidencia la soledad y el abandono de los y las residentes que esperan todos los fines de semana que algún familiar los llegue a visitar: Algunas mujeres se desvelaron por sus hijos, otras perdieron la batalla contra nueras o yernos, otras llaman a su madre o buscan el amor a los 84 años.
Desde el plano comunicacional, son expuestos con un realismo brutal los estereotipos de la vejez y cómo son reproducidos de manera involuntaria por los cuidadores, quienes los infantilizan y les restan autonomía.
En la película se observa también cómo las personas mayores descansan en sillas de plástico y consumen sus alimentos en artefactos del mismo material, sin importar su nivel de autonomía. Consumen alimentos hipercalóricos y pasan horas sin hacer nada.
Pase lo que pase con esta película, los gerontólogos y gerontólogas debemos agradecer a la directora Maite Alberdi este registro audiovisual de la vejez chilena. La cinta, seleccionada para el Oscar, la convierte en un material universal, apuntando a vergonzosas grietas, como las pensiones miserables que obligan a los jubilados a seguir trabajando; y a las “calamidades de la edad” que parece que hemos terminado normalizando, como el olvido por parte de hijos y nietos.
En resumen, El Agente Topo, documental chileno con toques de comedia, no consigue cubrir con sonrisas esa brecha profunda que envejece con el alma de Chile, donde la soledad y el abandono aparecen como el principal miedo, y también la funesta realidad, que viven nuestros mayores.
















