martes, abril 30, 2024

Nueva Constitución: “Los problemas reales de la gente”

El ignominioso Pepe Auth lo dice sin reparos. El diputado Schalper lo repite como un mantra, y con él un abundante contingente político lo refrenda y lo pregona voz en cuello: Que cambiar la constitución no va a resolver “los problemas reales de la gente”.

Por Pedro Barrera
Abogado | Columnista noticiaslosrios.cl

Esta aparentemente inocente y bondadosa carátula discursiva, rebota y rebota en el ideario colectivo como una especie de vacuna contra el momento constituyente que vive nuestro país. Ante las contundentes voces que exigen la transformación del modelo y un cambio total de las lógicas políticas y sociales que rigen nuestra sociedad, un sector abiertamente reaccionario pretende directamente desanimar y deslegitimar ese interés popular amedrentando a la ciudadanía con que una nueva constitución no va a mejorar las pensiones, no va a traer mejor salud, no cambiará nada. Alegan, furiosos, que los ciudadanos están siendo engañados, casi timados por un sector político malévolo y dañino. Delirante.

La realidad, sin embargo, es que ese discurso del miedo, de la inacción, del “quedémonos con lo que tenemos que así estamos bien” no es más que el último manotazo de un modelo que se ahogó, una falacia que quema sus últimos cartuchos para defender lo que ha sido la causa y la confirmación del evidente descontento acumulado.

En simple, corresponde precisar que es cierto: una Constitución no es una panacea, no es una solución mágica que cambia todo al chasquear los dedos. Lo que sí es una Constitución es la instancia de responsabilidad ciudadana con su realidad, un mecanismo en que la gente -toda la gente esta vez- decide hacerse cargo de las reglas sociales que regirán por los próximos años. Y aunque la Constitución no aumentará el sueldo de nadie, sí permitirá sentarnos a cuestionar el modelo de administración de las pensiones de cada chileno, y quizá resolver legítima y democráticamente que la piedra angular del sistema sea la solidaridad entre pares y generaciones, y no la conveniencia económica de unos pocos.

Quizá la Constitución no haga llover al punto que la sequía del norte se termine, pero sí permitirá que sean los propios campesinos que padecen esa sequía los que decidan que un palto no vale lo que una vida humana, y que si el agua vuelve a ser un bien nacional de uso público y no propiedad privada mercantilizada, tal vez, solo tal vez, aseguremos para las futuras generaciones un suministro vital y cada vez más valioso ante el escenario del cambio climático.

Quizá la Constitución no curará el cáncer de nadie, pero será el medio por el cual esos enfermos crónicos que pagan precios inflados por salvar su vida puedan hacer patente su voz de repudio contra un sistema que hizo de la salud un mercado en el que solo vive el que puede pagar, llenando los bolsillos de farmacéuticas que sin un atisbo ético se coluden para obtener ganancias a cambio de vidas, tal vez puedan plasmar en la Constitución un modelo de salud en que el Estado se haga responsable y no abandone a los desvalidos a la indignidad de los bingos, la caridad o la quiebra.

La Constitución no nos hará desarrollados en un santiamén, no nos hará millonarios, no se trata aquí de una solución instantánea sino de la oportunidad histórica de repensar un país distinto. Uno donde esos “problemas reales de la gente“ sigan existiendo, pero donde la ciudadanía pueda enfrentarlos como conjunto y no como entes enajenados y excluidos.

Es el momento constituyente el que nos hará meditar precisamente en cómo ese extremo individualismo ha corroído la memoria colectiva los últimos treinta años, desarticulando los mecanismos de conexión que nos hacen querer vivir como una sociedad organizada y que nos permiten pensar en soluciones válidas y útiles para todos.

Cuando se utilizan los “problemas reales de la gente” para repudiar la idea constituyente, se busca en realidad manipularnos para evitar que cualquiera de nosotros converse y medite precisamente sobre el porqué se produjeron esos problemas, se quiere -con la promesa de lo inmediato- eludir a toda costa la discusión en serio sobre porqué las pensiones son miserables, porqué la salud es precaria, porqué los derechos tienen un valor monetario. Se desea, en definitiva, rehuir del cambio que la mayoría anhela y urgentemente necesita.

Si alguna lección nos ha dejado la primavera chilena es que en revisar no hay culpa, que cambiar las realidades es tarea del colectivo, y que no hay nadie más capacitado que la propia ciudadanía para decidir cuáles son los problemas reales de la gente.

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