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Columna de Opinión

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El suelo aún respira: el viaje de un profesional unionino a las raíces heridas del campo colombiano

Por Hardy Cárdenas Quichillao
CEO de Grassland Analysis, asesor en ganadería regenerativa nacional e internacional y especialista en suelos y sistemas sostenibles

Colombia no es solo un país que se recorre, es un territorio que se respira. Y en este viaje —mi viaje— he aprendido que las tierras también hablan, que los suelos tienen memoria y que, si se escucha con humildad, el campo revela sus secretos sin necesidad de gritar.

Llegué a un país profundamente golpeado en su base productiva: tierras degradadas por el arado y el sobrepastoreo, por el uso de químicos sintéticos sin control y la aplicación sistemática de insumos para el control de plagas. Me encontré con lecherías muy intensivas, sostenidas a punta de fuertes aplicaciones de urea, alcanzando en muchos casos entre 1.500 y 1.800 kilos por hectárea al año. Suelos con pH entre 4.2 y 5.2, con altos niveles de saturación de aluminio, muy bajos porcentajes de materia orgánica, compactados, inertes. Sistemas que han priorizado la productividad de corto plazo a costa de la salud del suelo, desconectados del equilibrio que permite sostener la vida a largo plazo. Un modelo productivo que se ha transformado en un círculo vicioso: no sostenible, altamente contaminante y destructor de nuestro patrimonio más importante: el suelo.

Pero lo que empezó como un diagnóstico técnico terminó siendo una expedición espiritual, un reencuentro con el origen. Porque entender el suelo es, en el fondo, entendernos a nosotros mismos: cuánta vida hay debajo, cuánta se ha perdido, cuánta somos capaces de regenerar. Y bajo esa costra endurecida por el mal manejo, aún late una posibilidad: la regeneración.

Desde Manizales hasta Tebaida, por todo el Eje Cafetero de Colombia, cada finca visitada fue una historia. Ganaderos que dudan, que sueñan, que esperan. Familias que han vivido en la tierra por generaciones sin saber que la microbiología, la química y la física del suelo pueden cambiar su destino productivo. Estrella africana con 70% de FDN y 20% de proteína cruda. Pasturas que parecen fuertes, pero esconden un grito de auxilio. Y ahí llegamos nosotros: no a imponer, sino a escuchar, medir, analizar y proponer.

En este camino no hemos estado solos. Desde el inicio, en marzo, cuando Grassland Analysis realizó su lanzamiento en Colombia, contamos con la confianza y visión de dos pioneros fundamentales: Alberto Hoyos, médico veterinario y productor de leche en la finca La Ruidosa, y su primo Juan Martín, también médico veterinario, asesor y productor, a cargo de la finca La Bonita. Ambos comparten una profunda comprensión de la problemática productiva y ambiental que enfrentan sus territorios, y más importante aún, están comprometidos con transformar sus sistemas hacia un modelo más equilibrado y sostenible. Con ellos dimos los primeros pasos de este proceso y hemos podido ir midiendo, con evidencia, la transición hacia un sistema regenerativo. Su liderazgo, convicción y apertura han sido claves para abrir camino y demostrar que sí es posible cambiar.

Fueron días de lluvia caliente, de calor húmedo, de caminos eternos. Pero también de abrazos sinceros, de un café —o tintico— fuerte, de conversaciones que comienzan con dudas y terminan en esperanza. En cada finca se instaló una pregunta: ¿seguiremos degradando, o aprenderemos a regenerar?

Las condiciones climáticas y las temperaturas son un cuchillo de doble filo. Los modelos productivos actuales, de tipo extractivo, que no consideran al suelo como base esencial del sistema, están acelerando procesos de degradación que hoy tienen a ganaderos y agricultores con sus suelos inertes. Terrenos que solo funcionan con aplicaciones constantes de química sintética, sin medir las consecuencias ambientales que esto implica.

Sin embargo, devolverle la vida al suelo es posible. A través de datos, análisis y comprensión del clima, es factible acelerar los procesos de recuperación. Si sumamos a eso buenos indicadores de manejo del pastoreo, en poco tiempo podemos lograr suelos vivos, productivos y sanos, capaces de producir diez veces más de lo que producen hoy. El potencial está, pero debe ser guiado con sabiduría y respeto por la sensibilidad de la naturaleza.

Colombia es un país con hambre de futuro. Y la ganadería —que aquí es identidad, trabajo y cultura— puede ser el camino. No el mismo de siempre, no el que extrae hasta agotar. Sino otro: el que repara, el que integra ciencia con respeto, el que entiende que el carbono en el suelo es más valioso que en la atmósfera.

Regresaré con datos, sí. Con mapas, informes y mucho análisis. Pero sobre todo, con nombres, rostros y silencios que me acompañarán para siempre. Porque este viaje fue más que profesional: fue humano. Y en cada parcela, bajo cada pasto, comprendí que la verdadera revolución agropecuaria no comienza con máquinas, sino con preguntas. Con decisiones éticas. Con volver a mirar la tierra como madre, no como recurso.

Grassland Analysis pisa fuerte en Colombia. Pero no para mostrar poder, sino para ofrecer la experiencia de muchos años y conocimiento profundo. Para invitar a una conversación urgente. Y para demostrar, con humildad y evidencia, que regenerar no es una utopía: es un compromiso.

Desde estas tierras heridas, esta crónica es mi testimonio. Y también mi promesa.

No puedo dejar de mencionar a otros dos productores de carne —o de ceba, como le llaman acá—: Juan Carlos Escobar y Andrés Villa, inquietos por naturaleza y con una fuerte sed de aprender. Ambos llevan unos cinco años trabajando sus fincas con manejos regenerativos. Y aunque han obtenido muy buenos resultados comparados con otras fincas de sus zonas, comenzaron a hacerse preguntas que los llevaban más allá de lo visible. Comprendieron que un suelo sano o regenerado no es resultado de una sola acción, sino de una combinación compleja entre elementos microbiológicos, químicos y físicos, que interactúan con el clima y la temperatura. Y que incluso el más mínimo descuido puede volver a degradar lo que con tanto esfuerzo han construido.

En nuestras conversaciones, entendieron que faltaban piezas en su sistema de manejo. Y con apertura total, me permitieron mostrarles —a través de datos químicos y biológicos— cómo interactúan estos elementos en el suelo para lograr su regeneración. Los números no mienten: se convirtieron en un punto de partida para mejoras que, sin duda, los llevarán a producir mucho más de lo que ya hoy sus fincas están generando. Gracias eternas por compartir su experiencia y por la rica retroalimentación que pudimos construir juntos.

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