Por Dr. Franco Lotito C.
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
Un muy reciente estudio de la Cámara Chilena de la Construcción presentado el día 18 de junio de 2025 indica que alrededor de 1,7 millones de hogares de las principales ciudades del país se sienten “inseguros” o “muy inseguros” en sus barrios, una condición crónica que conduce a las personas a experimentar sentimientos recurrentes de miedo, frustración, decepción e impotencia ante la falta de acción y de medidas de protección por parte de las autoridades responsables de la seguridad nacional. ¿Cuáles son las consecuencias psicológicas y emocionales a causa de esta sensación y/o percepción de inseguridad para las personas? Muy simple: altos niveles de angustia, ansiedad, temor, pánico, etc.
Ahora bien, si hay una enfermedad que causa verdadero terror en las personas afectadas, esta es, sin duda alguna, la crisis de pánico –llamada también ataques de pánico–, un trastorno que implica “sufrir episodios repentinos de miedo intenso que se acompañan de síntomas físicos que pueden alcanzar su punto más álgido en minutos”.
Las investigaciones indican que uno de los factores que contribuye a generar una crisis de pánico se relaciona con factores ambientales, a saber: experiencias estresantes, traumáticas o situaciones que generan ansiedad en la vida diaria de las personas y que pueden desencadenar el ataque de pánico, o bien, exacerbar los efectos de las crisis.
Y hoy en día, a raíz del alto nivel de delincuencia que vive nuestro país, con mucha inseguridad pública, balaceras por doquier –incluyendo balaceras en los colegios–, portonazos, abordazos, encerronas, asaltos perpetrados por verdaderas jaurías de delincuentes, este trastorno se ha disparado en frecuencia e intensidad.
Al respecto del punto anterior, tenemos a millones de familias encerradas en sus casas, con miedo a salir de sus hogares a partir del momento en que comienza a oscurecer, por el temor –con carácter casi paranoico– de ser objeto de asaltos por sorpresa, de robos a mano armada, ser apuñalado por un celular, recibir un impacto de las llamadas “balas locas”, etc.
El perfil clínico y/o la sintomatología asociada a este trastorno está muy bien definido, en relación con el cual, de súbito y de un momento a otro, una persona puede experimentar una crisis severa con presencia de los siguientes síntomas: ansiedad, altos niveles de angustia taquicardia, sudoración profusa, temblores, mareos, gran dificultad para respirar, dolor y opresión en el pecho, una sensación de pánico y miedo descontrolado, en relación con el cual, la persona piensa, incluso, que su muerte es inminente.
Este conjunto de síntomas aparecen abruptamente y se hace muy intenso en poco tiempo, pudiendo desaparecer al cabo de unos 15 a 20 minutos, dejando atrás, eso sí, una secuela de miedo y terror que, muchas veces, se convierte en el aspecto más difícil de extinguir y superar. A lo anterior, se suma el hecho que la persona queda con la idea que el evento puede volver a repetirse en cualquier momento y lugar, lo que convierte a este trastorno en una constante preocupación que termina afectando seriamente la calidad de vida de la gente.
Un artículo publicado por la Clínica Dávila señala que alrededor de un 5% de la población de nuestro país ha sufrido una crisis de pánico, lo cual, luego de realizar un breve cálculo mental, entrega un resultado final más que preocupante en cuanto al número de personas afectadas.
Por otra parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que las crisis de pánico representan un serio problema de salud mental y que hasta el 30% de la población podría experimentarla en algún momento de su vida, siendo un problema que requiere atención especializada, especialmente, por el hecho que los síntomas que acompañan al trastorno pueden ser muy aterradores, por cuanto, tal como se señaló más arriba, las personas que “los experimentan temen estar sufriendo un ataque al corazón u otra enfermedad grave”.
De acuerdo con información suministrada por la Clínica Mayo, EE.UU., hay una serie de otros factores que podrían influir para que se desencadene una crisis de pánico:
1. Genética: es decir, que existe en la persona una predisposición a sufrir ataques de pánico de carácter hereditario.
2. Experiencias traumáticas: sucesos como accidentes graves, abusos, haber vivido situaciones violentas asociadas a la delincuencia, etc., conducen a que muchas personas sufran de crisis de pánico.
3. Estrés: el hecho de experimentar altos niveles de estrés asociados a problemas personales, laborales, académicos, ambientales, etc., pueden representar para una persona un factor desencadenante.
4. Rasgos de personalidad: algunas personas pueden ser más susceptibles que otras a experimentar ataques de pánico, debido a su estilo de personalidad o a la forma que tiene el sujeto de reaccionar ante situaciones que son estresantes o generadoras de temor.
5. Cambios en el funcionamiento cerebral: se ha detectado que ciertas disfunciones en las áreas del cerebro relacionadas con la ansiedad y el miedo pueden contribuir al desarrollo de los ataques de pánico.
Digamos finalmente, que de acuerdo con informes de la OMS, a nivel mundial alrededor de 270 millones de personas adultas padecen de elevados niveles de ansiedad, uno de los principales detonantes de una crisis de pánico.
