Columna de Opinión

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Vampiros emocionales o vampiros energéticos: sujetos que se nutren de la energía ajena

Por Dr. Franco Lotito C. 
Conferencista, escritor e investigador (PUC)

El acto de comunicar apropiadamente –en oportunidad y contexto– las emociones y sentimientos que embargan a una determinada persona, es un acto de sanidad mental. Sin embargo, en múltiples ocasiones, no tenemos cabal conciencia de la enorme cantidad de energía emocional que gastamos en tratar de mantener relaciones interpersonales que no son sanas y que nos agotan, como una forma de evitar posibles conflictos y discusiones, o bien, a raíz de la aparición del –falso y errado– pensamiento en nuestro cerebro de que no somos “dignos de que nos quieran” y, como consecuencia de lo anterior, experimentamos miedo o temor a ser rechazados y abandonados por sujetos que, en realidad, no valen la pena ni el gran esfuerzo realizado en la relación.

Ahora bien, el reprimir emociones, además de impedirle a la persona ser más auténtica y mostrarse tal cual es ante el otro, puede convertirse en una bomba de tiempo que estalla en el momento menos pensado y en el lugar más inoportuno. Está más que probado, que quienes comparten sus emociones y sus padecimientos logran un alivio de su sufrimiento y experimentan menos trastornos que aquellas que no lo hacen y que se guardan todo para sí. Sin embargo, hay que proceder con el cuidado y resguardo necesario, ya que no se trata de un “desnudo emocional sin tapujos y que no tome en consideración el momento, la persona y el lugar apropiado”. La razón es simple: el peligro de exponerse a la presencia y acción de los “vampiros emocionales” o “vampiros energéticos”.

Estas personas no son otras, que individuos que “se alimentan de la energía emocional de quienes los rodean” y que se tornan pegotes y pegajosas. Son sujetos que absorben, drenan y se nutren de nuestro entusiasmo y energía interna desparramando por todos lados sus penurias, exigencias, quejas y desventuras, cargándoselos a quienes han tenido la desgracia de estar a su lado, en tanto que ellos, una vez descargada su artillería pesada, parten felices a buscarse otras víctimas para que escuchen, nuevamente, sus desventuras, quejas y males. Usted, como buen samaritano, lo más probable, es que quede altamente estresado, estremecido y casi sepultado ante tanta queja y desgracia ajena.

Entre los vampiros emocionales más dañinos descritos por la Dra. Judith Orloff, psiquiatra, en su libro “Energy Vampire Survival Guide” (“Guía para sobrevivir a los vampiros energéticos”), y el Dr. Albert Bernstein, psicólogo, que deben ser evitados en forma rápida, se encuentran los “vampiros inculpantes”, sujetos expertos en manipulación y que son especialistas en hacer sentir a uno culpable por todos los errores que se producen. Pobre de usted si se equivoca o comete un error, porque en ese mismo instante comienza a sermonear, adopta el papel de víctima, reta y hace abuso de la descalificación; habla de valores y exige a los demás trabajar de acuerdo con tales valores, mientras él (o ella) actúa con doble estándar, siendo incapaz de aceptar sus errores o de reconocer que puede estar equivocado(a).

Luego, están los llamados “reyes y reinas del psicodrama”: son sujetos expertos en transformar pequeños sucesos e incidentes menores en verdaderos dramas personales que agobian y agotan hasta a la persona más equilibrada; sus fabulaciones y dramones siempre los tienen como los actores y estrellas principales: a ellos continuamente les pasan las cosas más trágicas, las más grandes, las más interesantes, las más apasionantes.

También está el “vampiro politiquero”, uno que sobrevive desde hace siglos a costa de los demás. Es un verdadero campeón de los discursos encendidos, de la manipulación emocional y de las promesas demagógicas nunca cumplidas, capaz de entusiasmar a cualquiera que no lo escuche con desconfianza; es un sujeto con amplia experticia en disfraces y que vive de las apariencias, con un doctorado en doble estándar y en la hipocresía, ya que no experimenta ni una pizca de vergüenza por el hecho de tener que desdecirse de aquello que dijo el día anterior, a raíz de lo cual, es necesario colocar un alto muro de contención, o por lo menos, un gran filtro que detecte cada una de sus mentiras, por cuanto, su credibilidad resulta ser prácticamente nula.

Luego tenemos a los “vampiros lloriqueantes”, a quienes les produce gran satisfacción ser el centro de atención y hacerse las víctimas de turno, ya sea, porque –según ellos– todos parecieran estar siempre en su contra o porque no logran encontrar el sendero hacia su estado de felicidad eterna. A estos los siguen los “vampiros parlanchines”, que hablan y hablan sin cesar, y que no permiten que otra persona pueda intervenir o hacer alguna acotación. A estos vampiros –con rasgos narcisistas– les encanta escucharse a sí mismos, buscando controlar a su entorno a través de su discurso y parloteo incesante.

Si tiene a su alrededor gente que siempre lo busca para que usted les arregle su vida y sus problemas, se ha topado con el “vampiro ruinoso”, que quiere obligarlo a que usted se convierta en una suerte de médico de cabecera, curandero certificado, coach particular, exorcista profesional, asesor espiritual, consejero en amores y trainer personal.

De igual forma, evite a aquel “vampiro emocional que se nutre de la desgracia ajena”, y que lo hace sentir a usted como el ser más inútil e incompetente que ha pisado la tierra. Para este sujeto usted siempre será muy gordo, muy feo, muy chico, muy alto, muy tonto, etc. Es aquel vampiro emocional que se siente atraído por su yugular, y mientras más certero es su golpe, más energía emocional logra absorber de su víctima de turno.

Una sana recomendación desde ya: si descubre alguno de estos “vampiros” cerca suyo, huya cuanto antes o, por lo menos, hágale el quite: usted puede terminar enfermo(a).

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