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viernes, 29 marzo, 2024

El manual del perfecto chupamedias

“La gente que muerde la mano que los alimenta, normalmente lame la bota que los patea” (Eric Hoffer, escritor y filósofo norteamericano).

Por Dr. Franco Lotito C. 
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)

Aquellas personas que tienden a ensalzar y alabar a su jefe(a) con frases tales como “¡Me encantó su comentario en la reunión que hizo hoy jefe!”, o “¡Su idea de cómo resolver el problema fue brillante jefa!”, o bien, que hacen grandes elogios de la futura suegra con el propósito de caer en gracia con la hija, nunca han gozado de muy buena fama en la sociedad.

No obstante lo anterior, hoy por hoy, los/las “espinitas”, “chupamedias” o “aduladores profesionales” gozan de muy buena salud y han alcanzado reconocimiento y estatus social. Esto, porque luego de observar cómo triunfa esta “técnica de la alabanza” en la sociedad –sin que importe mucho de qué país se trate– Richard Stengel, quien fuera el editor gerente de la revista internacional Time, que se educó en las universidades de Oxford, Inglaterra, y Princeton, Estados Unidos, se dedicó a investigar de manera muy minuciosa acerca de la adulación y el lisonjeo, tal como lo hace un antropólogo, cuando se dedica a estudiar y examinar algún aspecto específico de la sociedad, con la finalidad de realizar un rastreo completo a lo largo de la historia.

Por esta vía, surgió el libro “Usted es demasiado amable” (“You are too kind”, en inglés), que representa un verdadero tratado psicológico de la adulación a través de los tiempos. El autor destacó en su libro que la “adulación superficial de celebridades había adquirido proporciones de epidemia” en prácticamente todas las sociedades, dado el gran éxito personal y profesional que se alcanza por intermedio de la aplicación de esta técnica.

De acuerdo con Stengel, la adulación y la alabanza en su sentido más amplio, representan un “arte sutil”, en relación con el cual, su único propósito y fundamento, es la búsqueda de resultados concretos en favor del sujeto que lo pone en práctica, ya sea que lo haga de forma inconsciente o de manera claramente premeditada.

En este sentido, la adulación adquiere la fórmula de un elogio con carácter estratégico, con un propósito claro y definido y que, tradicionalmente, se describe como un elogio exagerado y/o de “llevarle el amén al jefe(a)” –los conocidos “Yes men” o “Yes women”– que busca resultados precisos, ya sea, para ser querido y apreciado por el elogiado(a), o bien, para obtener un aumento de sueldo, subir de puesto en la organización o conseguir una oficina más grande, con ventana panorámica y con aire acondicionado.

El acto de adular a otra persona es un método muy eficiente para congraciarse con el otro, ya sea que se trate del jefe(a), de la pareja o incluso, de la futura suegra. Más aún: la adulación puede ser vista como una fórmula certera que facilita las relaciones interpersonales en una sociedad absolutamente jerarquizada.

Esta técnica que utilizan ciertos individuos es –por decirlo de alguna manera– el “aceite” que permite que la maquinaria de la civilización pueda correr de manera más fluida. En su esencia, la adulación representa la forma más efectiva de “encantar” al otro.
Bajo este escenario, no habría entonces nada de malo en decirle a otras personas exactamente aquello que quieren escuchar, siendo una parte esencial del juego social y uno de los principales motivos que permite que los elogios y las alabanzas funcionen tan bien, y que los distintos “espinitas”, “chupamedias” y “aduladores profesionales” logren tanto éxito en sus acciones.

La primera regla que aprende el “chupamedias” en la vida laboral, es que es preciso mantener feliz y satisfecho al jefe(a), en función de lo cual, si hombres y mujeres desean escuchar que son más brillantes, capaces, inteligentes y atrayentes de lo que –realmente– son, pues entonces ¿cuál es el problema? Aquí es donde entran en acción –y en todo su esplendor– los espinitas y chupamedias profesionales: les dan al jefe o a la jefa la “medicina” y el “aceite resucitador” necesarios para inflar la vanidad y el ego de cada uno de estos sujetos. En este sentido, no sería, entonces, un pecado grave, si ambas personas se sienten bien y cómodas con los elogios recibidos y/o entregados.

Richard Stengel –quien ha recibido doctorados honorarios de la universidad de Wittemberg, de Wheaton College y de la Universidad de Butler–, plantea en su libro que aquella persona que “no adula en estos tiempos, está en una posición muy desventajosa con respecto a quienes sí lo hacen”, por cuanto, existe certeza acerca del alto nivel de competencia que existe en un mercado del trabajo que se torna cada vez más exigente y demandante. La razón es simple: si hay una competencia entre dos personas que están igualmente calificadas para un determinado puesto, no cabe duda alguna, que el sujeto espinita y chupamedias estará en una posición mucho más ventajosa.

El autor aclara, eso sí, que es necesario que el adulador profesional ponga mucho cuidado en el proceso de adulación de sus superiores, por cuanto, el peligro de ser descubierto por parte de sus colegas implica un riesgo importante de ser “marcado” como el chupamedias de la oficina, por lo tanto, la manera eficiente de alabar a la autoridad, es de manera indirecta, por ejemplo, haciendo saber a su jefe(a) que la persona se siente “feliz y encantada de aprender de su experiencia”, o de la “importancia que tienen los conocimientos del jefe(a)” para el desarrollo personal del espinita.

Por último, el Dr. Stengel pone en evidencia que existen ciertas situaciones en las que la adulación y la alabanza son obligatorias, por cuanto, ellas adquieren el cariz de “buena educación y buena crianza”, como por ejemplo: una novia siempre será hermosa, un recién nacido siempre será tierno, bonito y precioso, en tanto que una persona fallecida siempre será una gran y buena persona (aunque jamás lo haya sido).

Señalemos, entonces, algunas recomendaciones finales para aquella persona que quiera convertirse en un “correcto y perfecto chupamedias”: (a) siempre sonría al hacer un elogio, ya que así parecerá más genuino y será más difícil ser descubierto, (b) mezcle un poco de dulzura con acidez: cada vez que se pueda, haga una crítica, pero acompañada de un enorme y gran cumplido, ya que eso vuelve la alabanza más legítima y sincera, (c) concuerde con su jefe(a), pero no con todo: es preciso discrepar en algún detalle mínimo –o en algo trivial–, ya que eso hará que el punto de vista expresado aparezca como más genuino.

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