Por Pedro Salinas Quintana
Psicólogo Clínico y Doctor en Filosofía.
Académico de Facultad de Salud de la Universidad Central de Chile.
Pero ¿es esto responsabilidad de las y los científicos chilenos? ¿Está la ciencia chilena desvinculada de la realidad social del territorio en tiempo de pandemia? ¿Debieran, acaso, tener un rol más activo las empresas en la inversión en ciencia?. Cecilia Hidalgo, Premio Nacional de Ciencias Naturales, señaló respecto de la última interrogante lo siguiente: “(las empresas) en este momento todavía están muy conformes con el desarrollo que ellos tienen basados en un modelo extractivista. El problema es que eso no va a durar para siempre, vamos a tener en algún momento que poner valor agregado a lo que estamos exportando”.
Ciertamente, la notable iniciativa de la casa de estudios de Santiago nos vuelve a interrogar acerca de qué tanto se interesa el Estado y la empresa privada por triangular iniciativas del tipo I+D, así como qué lugar tienen las y los científicos chilenos en un diálogo altamente necesario en tiempos de pandemia.
Al respecto, la recientemente creada ANID (Agenda Nacional de Investigación y Desarrollo) lanzó un fondo de $2.300 millones orientado a la investigación científica sobre el COVID-19. En números, puede resultar una cifra enorme considerando las múltiples necesidades que el país tiene en estos momentos. Sin embargo, dicha cifra, a la hora de levantar proyectos complejos y de alto nivel tecnológico, puede resultar francamente insuficiente, al punto que dos o tres proyectos de complejidad acaso podrían subsistir un par de años con la mitad de ese presupuesto.
No son pocas las iniciativas de distintas organizaciones educativas, universidades y otros, que muchas veces naufragan por la falta de fondos para levantar un proyecto o sostenerlo en el tiempo. Chile destina el 0,4% de su PIB a ciencia, un monto superado hasta en doce veces por los países desarrollados de la OCDE, tales como los del norte de Europa. Dichas naciones han considerado como un elemento clave para su desarrollo la estrecha triangulación entre el Estado, el mundo privado y las universidades. El reciente “milagro irlandés”, un país que tuvo décadas el estigma de ser uno de los países más pobres de Europa, siguió la misma receta para salir del subdesarrollo.
“Ciencia sin alma: la impronta neoliberal en la investigación científica chilena”, fue el nombre de una investigación realizada por Andrea Poch y Felipe Villanelo para el portal de CIPER. En su escrito los autores señalan lo siguiente: “de haber alguna vocación pública ésta sólo (sic) se debe a la iniciativa del investigador a cargo de determinado proyecto, pues el aparato público no impone ninguna obligación de relacionarse con el resto del mundo, llámese país, sociedad, Estado, otras investigaciones, etc. Dicho en términos simples, en Chile, la ciencia es una actividad de interés privado subsidiada por el Estado, sin vocación político-pública y sin una orientación alusiva a un proyecto conjunto de nación.
¿Será la pandemia capaz de revertir esta falta de estrategia en la visión de desarrollo científico y tecnológico de nuestro país o seguiremos eternamente siendo consumidores de tecnología del primer mundo? “Aelón” da ciertas esperanzas de cambio para la ciencia chilena, pues mientras otros catorce equipos de académicos e investigadores se encuentran trabajando en nuevos proyectos de ventiladores invasivos, algunos de ellos agrupados en la “Coordinadora de Colaboración para Ventiladores Mecánicos (CooV)”, apoyada por la ONG “Desafío Levantemos Chile”, en todos los medios de comunicación se reportea la llegada de 87 nuevos ventiladores llegados de Holanda. Aún en medio de la potencial catástrofe sanitaria, creo que el gobierno tiene la posibilidad de hacer de esta crisis una oportunidad para levantar plataformas de trabajo conjuntas entre empresas, científicos, ONG’s y universidades. El asunto es si está dispuesto a hacerlo o preferirá perpetuar la tradición de un país con una “ciencia sin alma”.