Por Dr. Franco Lotito C.
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
Hoy en día, estamos siendo testigos de una forma muy negativa y absolutamente reprochable de alcanzar todo lo contrario a lo que llamamos un “diálogo constructivo y productivo” para terminar cediendo espacios a un “monólogo irrelevante e inútil”, ya que en lugar de dar cabida a: opiniones personales bien formuladas y a la lógica de los argumentos correctamente fundamentados –y que juegan un rol crucial en un proceso comunicativo–, éstos deben ceder su lugar a un conjunto interminable de descalificaciones, opiniones sin fundamento alguno, a discusiones inconducentes, o a las infames “funas” en redes sociales –y también en vivo y en directo–, con un solo objetivo: anular, avergonzar y/o desacreditar al oponente.
Queda muy claro desde un inicio que estamos frente a una postura de “oposición no informada”, en relación con la cual, existe, a priori, una predisposición a no estar de acuerdo con algo, sin que el detractor tenga conocimiento de los detalles, así como de los datos o argumentos que sustentan un determinado asunto, acerca del cual, este sujeto ni siquiera ha intentado informarse de manera adecuada, lo cual, denota una clara actitud despectiva y de rechazo.
A lo anterior, se suma, a menudo, un tono irónico o crítico, especialmente, cuando las frases que utiliza el sujeto detractor van acompañadas –innecesariamente, por cierto– de tres o cuatro signos de exclamación o interrogación, como por ejemplo: “…y qué es la angustia???”, en un tono exigente y perentorio, no obstante que el sujeto que plantea la interrogante, sabe tan bien como el primero, lo que significa e implica el concepto “angustia”, pero quien, en realidad, tiene una agenda oculta: está esperando con impaciencia la respuesta, con la finalidad de “caerle encima” a su interlocutor e iniciar su ataque, ya que lo dicho por la otra persona no le agrada o no va en su línea de pensamiento.
Tanto en política –donde se habla de “oposición responsable”, como una fórmula disfrazada de “seriedad” para engañar a la gente–, como así también en las redes sociales, es muy fácil encontrar sujetos, quienes “disfrazan” sus reales y ocultos deseos de contrariar, polemizar o descalificar gratuitamente los escritos, declaraciones u opiniones de otras personas, asegurando que lo “único que buscan, es un intercambio fructífero de información” y que, en su opinión “uno de los componentes esenciales, es la crítica”, olvidándose, muy convenientemente, por cierto, que antes se dedicaron a practicar abierta y libremente lo que se denomina una “falacia ad hominem”, es decir, un tipo de falacia que pretende ser “lógica”, pero que, en realidad consiste en un ataque personal dirigido, justamente, a la persona que expone un determinado argumento o una afirmación, en lugar de complementar, debatir o cuestionar la “validez del argumento”. Si el diálogo se hiciera en forma correcta, el detractor debería ser capaz de entregar datos, información o argumentos que prueben el punto de vista contrario, algo que nunca sucede con este tipo de individuos.
El término latín “ad hominem” significa “contra la persona”, y se utiliza con la finalidad de desacreditar un punto de vista ajeno, atacando la reputación, los conocimientos, la experticia o el carácter del oponente. Dicho de manera clara y directa: el objetivo del sujeto que usa la “falacia ad hominem”, es desviar la atención de la discusión central –o del supuesto “diálogo” con la otra persona–, y obstaculizar, justamente, el debate productivo, sin aportar datos o argumento alguno que complemente la información inicial acerca de aquello que se debate. En rigor, se trata de una postura o actitud que se basa en prejuicios emocionales, en rencores personales –incluso en envidias profesionales–, en lugar de tratarse de hechos y argumentos lógicos.
Para comprender de mejor manera cómo funciona la “falacia ad hominem”, revisemos lo siguiente:
1. Ataque a la persona: en lugar de rebatir la idea o la afirmación de la primera persona, el segundo sujeto ataca directamente a quien la presenta.
2. Desviación del tema: el ataque personal busca desviar la conversación hacia un aspecto irrelevante e intrascendente de la afirmación, opinión o texto bajo análisis, evitando de esa manera el debate y discusión sobre el problema real.
3. Apelación a las emociones: el detractor busca movilizar los prejuicios y emociones de aquellas personas de la audiencia que siguen la conversación o el debate, evitando un análisis de los hechos y/o de rebatir la lógica del primer argumento.
4. Debilitar la argumentación: en lugar de fortalecer y enriquecer una idea o un punto de vista y buscar un supuesto “intercambio fructífero de información”, el segundo sujeto lo que busca, es debilitar la discusión al introducir elementos triviales o secundarios que nada tienen que ver con el tema principal.
5. Desacreditar el conocimiento: el detractor intenta invalidar un argumento o idea de la primera persona, poniendo en duda la autoridad, los conocimientos o la experticia del primer hablante, faltando de este modo a la verdad y a lo que es correcto en un proceso comunicativo y de diálogo constructivo.