Por Esteban Hernández
Fundación Metanoia -Periodista
En tiempos de campaña siempre aparece la misma escena: candidatos que hablan de Dios con soltura, que juran que su vida y sus decisiones estarán guiadas por valores cristianos, que apelan al lenguaje de la fe porque saben que todavía toca fibras profundas en gran parte del electorado regional. Pero luego, cuando se trata de votar en el Congreso o de ejercer autoridad, terminan aprobando proyectos o respaldando causas que atentan contra los valores de Dios, de la biblia y del bienestar de toda la sociedad.
Dios no es un recurso electoral. Usar su nombre para ganar votos y después olvidarlo en la práctica política es una falta grave, no solo contra la fe de millones de personas, sino contra la dignidad de la vida pública. Y ese doble discurso ya no puede seguir siendo pasado por alto.
Por eso, más que escuchar frases bonitas o apelaciones religiosas en tiempos de campaña, debemos mirar coherencia, trayectoria y principios. No se trata de que un candidato hable de Dios, sino de que dé garantías de gobernar con respeto a los valores que inspiran justicia, verdad y defensa de la vida. La política no necesita más discursos piadosos, sino acciones que reflejen convicciones firmes.
El voto de cada ciudadano es, en esencia, una decisión ética. Y si queremos que nuestra sociedad se encamine hacia el bien común, debemos elegir no por simpatía ni por frases emocionales, sino por principios , propios del candidato y del sector que representa. Porque al final, lo que marca la diferencia no es lo que un político dice en campaña, sino lo que hace cuando tiene poder en sus manos.