Por Enrique Larre Peralta
Arquitecto
El deporte es vida, salud y disciplina. No es solo una actividad recreativa, es también una herramienta de integración social, de identidad comunitaria y, en muchos casos, una oportunidad de desarrollo personal y colectivo. Sin embargo, cuando hablamos de infraestructura deportiva, lo que aparece con fuerza es una larga lista de deudas y promesas pendientes.
Sí, tenemos infraestructura de este tipo: estadios, gimnasios y canchas. Pero si miramos más de cerca, veremos que aún hay mucho por hacer. Algunos deportes que deberían practicarse bajo techo se desarrollan al aire libre, expuestos al frío y la lluvia. Al contrario, deportes que deberían estar al aire libre no siempre cuentan con espacios adecuados. Mientras en algunos sectores se prometen polideportivos o velódromos que nunca llegan, en otros simplemente debería existir, al menos, un estadio de calidad.
En paralelo, se ha repetido durante años la importancia de incentivar el deporte desde temprana edad. Pero ¿cómo lograrlo si hay escuelas y liceos que no cuentan con espacios techados adecuados? Esta carencia es evidente en el mundo rural, pero también se replica dentro de las urbes. Promover hábitos deportivos desde la infancia no es solo un discurso: requiere infraestructura digna, planificada y accesible.
No podemos olvidar ejemplos que marcan la memoria colectiva. El estadio de Mantilhue, que se levanta como símbolo de identidad rural. El anhelado gimnasio de Riñinahue, cuya historia refleja años de espera. O el polideportivo de Futrono, que a estas alturas se escucha más como un eco lejano. También se suman proyectos que siguen en carpeta: el gimnasio en Choroico o los Esteros, o espacios necesarios en establecimientos educacionales rurales y urbanos, como Traiguen, la escuela diferencial o el emblematico liceo VIPRO. Todos ellos recuerdan que el deporte necesita voluntad política y decisiones claras para salir de las carpetas y transformarse en obras.
Ahora bien, la infraestructura es solo un pilar. El otro gran desafío es la asociatividad y la cooperación. En la provincia existe una enorme cantidad de clubes y agrupaciones deportivas, y si me pongo a enumerar cada uno la lista sería larguísima y seguramente alguna quedaría fuera. Lo cierto es que están presentes en casi todos los géneros deportivos: desde disciplinas colectivas como el fútbol, básquetbol o voleibol; hasta deportes individuales como el ciclismo, boxeo, atletismo o el tenis de mesa. También se suman aquellos de tradición local como la rayuela, y otros de desarrollo emergente como la calistenia o clásicos como el ajedrez. Cada grupo aporta desde su ámbito, con esfuerzo propio, rifas, bingos o apoyos familiares, pero falta dar el salto hacia la coordinación para potenciar este ecosistema en conjunto. Por eso algunos han planteado la creación de corporaciones municipales de deportes o un consejo consultivo comunal, entre otras figuras. Al final, la idea es la misma: ordenar la demanda, escuchar a los actores y construir un camino consensuado. Porque cuando existe organización, también hay más posibilidades de inversión.
Lo importante es entender que los recintos deportivos no son solo espacios para el alto rendimiento. También acogen al deporte formativo, que enseña disciplina a niños y jóvenes; al deporte recreativo, que promueve salud y vida sana; y al deporte competitivo, que es símbolo del esfuerzo colectivo y motor de identidad local.
Invertir en infraestructura deportiva no es un lujo. Es dignificar el deporte, generar oportunidades para todos y reconocer que, en un territorio marcado por la ruralidad y el clima adverso, el acceso a espacios adecuados puede hacer toda la diferencia y así posicionar nuestras comunas, nuestro territorio como un referente, impulsando la inversión y generando oportunidades. El deporte es más que juego: es comunidad, salud, desarrollo y futuro.