Por Dr. Franco Lotito C.
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
El síndrome de Diógenes –llamado también mal de Diógenes– describe un patrón de conducta que se caracteriza por un “extremo abandono del autocuidado por parte del sujeto, tanto en lo que dice relación con su higiene, como así también, en cuanto al descuido con la alimentación y su salud”, al mismo tiempo, que existe “una tendencia exagerada a acumular grandes cantidades de objetos de carácter heteróclito”, es decir, que destacan por ser objetos muy diversos, extraños y que se salen de lo habitual.
Las personas con el mal de Diógenes viven en condiciones higiénicas que sólo pueden ser calificadas de “insalubres”, a lo que se suman –de acuerdo con un estudio de la psiquiatra española Eulalia Carrato y la psicóloga Rosana Martínez– factores tales como: una enorme “acumulación de basura y objetos inservibles, autonegligencia, un marcado aislamiento social y una nula conciencia de enfermedad”, en función de lo cual, son terceras personas –familiares, amigos cercanos, servicios sociales del Estado– las que deben intervenir en estos casos, a fin de prestar apoyo médico, psiquiátrico y psicológico en forma oportuna.
El nombre de este trastorno hace referencia a Diógenes de Sinope, un filósofo griego de la antigüedad –a quién Platón llamaba el “Sócrates delirante”–, el cual, según los relatos históricos, habría tenido por vivienda una tinaja en lugar de una casa, y quien optó –de forma voluntaria– por vivir como un vagabundo en las calles de Atenas, renunciando a todo tipo de comodidades y convirtiendo a la pobreza extrema en una suerte de virtud.
Ahora bien, a diferencia de Diógenes, la conducta de los pacientes afectados por el trastorno no indica, realmente, la presencia de una “voluntad libre” en relación con el comportamiento compulsivo de acumular cosas y, en rigor, no existe una relación entre esta conducta y el comportamiento del filósofo griego de renunciar en forma libre y voluntaria a todo tipo de comodidades, bienes y pertenencias.
El mal de Diógenes afecta, generalmente, a personas mayores de 65 años –aunque puede afectar a personas de cualquier edad–, con una mayor prevalencia en la tasa de mujeres que sufren este desorden. En este sentido, existen casos documentados de gente más joven que muestra este trastorno como consecuencia de patologías previas asociadas con el consumo de drogas y alcohol, o bien, relacionadas con el trastorno de personalidad de tipo obsesivo-compulsivo, así como la tendencia por parte de algunas de estas personas a coleccionar –con carácter compulsivo– diversos objetos, con la consecuencia final, de que estos sujetos terminan rodeados de grandes cantidades de basura y desperdicios en sus hogares, viviendo en condiciones de pobreza y extrema suciedad.
De acuerdo con el comportamiento de las personas en relación con la acumulación de objetos, los investigadores franceses Hanon, Pinquier y Gaddour describen dos tipos de síndrome de Diógenes: (a) el tipo Activo o recolector de objetos que los va acumulando en su domicilio, y (b) el tipo Pasivo, quién, poco a poco –y pasivamente–, se ve invadido por la acumulación de su propia basura y desperdicios.
Estos investigadores denominan al tipo Activo como el “Síndrome de Acumulación”, y representa un desorden de conducta que describe a aquellos individuos que acumulan objetos inservibles, sólo “por si acaso los llegaran a necesitar en el futuro”, aún cuando no acumulan basura ni heces (de perros, gatos o ratas). Durante un período de tiempo, estas personas logran mantener los objetos coleccionados con un cierto orden, pero cuando el volumen de cosas se hace muy grande, el desorden se apodera de la vivienda y el sujeto termina acumulando una variada cantidad de objetos inservibles.
A diferencia de los pacientes que padecen el síndrome de Diógenes, quienes sufren del síndrome de acumulación compulsiva no descuidan su higiene ni su aspecto personal, a raíz de lo cual, cuando salen a la calle no llaman mucho la atención de los demás, siendo percibidos solamente como personas algo hurañas, distantes y aisladas socialmente.
Dado el hecho, de que los afectados por el mal de Diógenes no tienen conciencia de enfermedad, tienden a rechazar la ayuda externa –interpretándola como algo negativo y que busca causar daño a su persona–, siendo incapaces de entregar argumentos que expliquen su conducta, o bien, los argumentos son irracionales y, en algunos casos, son argumentos con características psicóticas, es decir, desconectadas de la realidad. En estas personas, las funciones cognitivas y sociales están alteradas y no responden a un patrón normal de conducta, encontrándose el paciente en un estado de negación de su trastorno.
Por otra parte, las personas con el mal de Diógenes no muestran ningún patrón identificable al momento de reunir y coleccionar cosas y objetos, ya que pueden acumular desde: trastos viejos e inservibles, ropa raída y usada, neumáticos dados de baja, acumular pilas gigantes de diarios y revistas, muebles rotos y desvencijados, hasta fierros oxidados, equipos electrónicos en mal estado, tales como lavadoras, cocinas microondas, refrigeradores, etc., que no funcionan. En dos casos documentados de personas con este mal en Estados Unidos, personal autorizado debió retirar –en el caso de un hombre ¬– alrededor de 20 camionadas con diversos objetos, basura y desperdicios, en tanto que en el caso de la mujer fueron sólo un par de camionadas menos.
Los pacientes que sufren del síndrome de Diógenes suelen ser descubiertos ya sea a causa de alguna enfermedad que los afecta e incapacita físicamente, o bien, como resultado de una intervención de tipo social relacionado con su desorden de conducta y que termina afectando a sus vecinos, a raíz de la gran suciedad y fetidez que emana de sus hogares, así como por la gran acumulación de basura y desperdicios, dentro y fuera de la vivienda.
Digamos, finalmente, que como una forma de prevenir la agudización de esta patología, resulta relevante la vigilancia que puedan ejercer integrantes de la familia, o bien, amigos cercanos de los pacientes afectados, a través de la observación, vigilancia y supervisión de las personas mayores que viven solas, aisladas y retiradas socialmente, especialmente, cuando han perdido a su pareja y quedan abandonadas.