Por Paulina Hernández
precandidata a Diputada por el Partido Republicano
Chile vive una crisis de seguridad sin precedentes. El crimen organizado dejó de ser una amenaza difusa para convertirse en una realidad brutal: asesinatos por encargo, cárceles tomadas por bandas, extorsiones desde el penal y ciudadanos comunes viviendo con miedo. Frente a este escenario, el Estado tiene dos caminos: rendirse o recuperar su autoridad. El Plan Cancerbero, impulsado por el Partido Republicano, representa la opción de no claudicar.
Este plan no nace del odio ni de la venganza, sino de un principio básico de justicia: el Estado debe actuar con amor hacia las víctimas, no hacia los delincuentes. En los últimos años, el discurso garantista ha invertido las prioridades. Se habla de derechos de los reos, de su “dignidad” y sus “condiciones humanas”, mientras las víctimas quedan relegadas al olvido, revictimizadas por un sistema débil, ideologizado y paralizado por el miedo a parecer “duro”.
Es hora de retomar el ejercicio punitivo y disuasorio del Estado. Las leyes existen no solo para sancionar, sino para advertir: quien cruce ciertos límites pagará un precio real. Hoy, ese mensaje se ha diluido entre beneficios carcelarios automáticos, arrestos domiciliarios que no se cumplen y una gendarmería abandonada.
El Plan Cancerbero propone medidas claras y urgentes:
- Recuperar el control de las cárceles, terminando con el autogobierno de bandas que extienden su poder desde el penal hacia las calles.
- Reubicar a delincuentes peligrosos y extranjeros en recintos de alta seguridad, rompiendo el vínculo entre líderes y soldados.
- Expandir la capacidad penitenciaria e invertir en infraestructura, porque sin espacios dignos y seguros no hay control posible.
- Profesionalizar Gendarmería, dándole herramientas, respaldo político y estabilidad para ejercer autoridad sin miedo.
- Fortalecer la reinserción a través del trabajo, porque quien cumple su condena debe también aprender a vivir bajo normas.
No podemos seguir tratando al crimen con paños fríos. El delincuente debe saber que hay un límite, que el Estado no es un espectador sino un actor firme. Basta de impunidad elegante. El miedo debe volver a estar del lado del que elige delinquir, no del ciudadano honesto.
El Plan Cancerbero no es populismo penal, es justicia real. Es la respuesta de una sociedad que ha decidido dejar de arrodillarse frente al crimen y volver a caminar erguida, con ley, orden y esperanza.