Por Enrique Larre
Arquitecto
No todo en una ciudad se mide en metros cuadrados o en cantidad de servicios. Hay algo menos visible, pero igual de importante: la forma en que convivimos. Las relaciones que tejemos, los espacios donde nos encontramos, las oportunidades que tenemos para compartir, participar y sentirnos parte de una comunidad. Eso es lo que aborda la dimensión de “Condiciones socioculturales” del ICVU 2024. No se trata solo de indicadores sociales, como participación o bienestar familiar. También considera el acceso a espacios públicos, centros deportivos, infraestructura cultural y comunitaria. En el fondo, se trata de cómo vive la gente. De si tiene con quién compartir, dónde juntarse, cómo organizarse, cómo cuidarse.
Y aquí aparece una pregunta que deberíamos hacernos más seguido: ¿nuestras ciudades están pensadas para convivir? Muchas veces nos preocupamos por la vivienda, el transporte o el trabajo y con absoluta razón, pero dejamos fuera algo fundamental: la vida comunitaria.
Porque sí, claro que necesitamos más plazas, sedes sociales, bibliotecas o centros deportivos. Pero también necesitamos que estos espacios estén activos, cuidados, abiertos a la comunidad. No sirve tener una sede si nunca se ocupa, una cancha si no hay iluminación, una acera si no puedo caminar o una plaza si no se puede usar en familia.
En muchas comunas, incluso pequeñas, hay organizaciones vecinales activas, emprendimientos colectivos, clubes deportivos o agrupaciones sociales o culturales que sostienen el día a día de la comunidad. Pero falta infraestructura que acompañe esa energía. Y falta también voluntad de integrarlo en la planificación urbana.
Desde el urbanismo, esto no es menor. Si queremos ciudades vivas , necesitamos pensar cómo conectar a las personas entre sí. No basta con hacer calles o levantar edificios. Hay que pensar dónde se encuentran los vecinos, cómo se sienten seguros, dónde pueden conversar, jugar, organizarse o descansar. Porque una ciudad que no permite la vida en comunidad no está completa.
Y ojo, esto también tiene impacto en otras áreas. Cuando hay redes sociales fuertes, es más fácil prevenir la violencia, cuidar los espacios, levantar alertas tempranas y generar confianza. Cuando las personas se conocen, participan y sienten que su voz vale, es más fácil que se involucren y se comprometan con su entorno.
Entonces, si queremos mejorar esta dimensión, no se trata de inventar nada nuevo. Se trata de potenciar lo que ya existe, acompañar a las comunidades, invertir en los espacios que las conectan. Apoyar a las organizaciones sociales, abrir espacios deportivos, generar actividades culturales permanentes y, sobre todo, escuchar.
Porque no hay desarrollo urbano sin desarrollo social. Y no hay desarrollo social sin comunidad. Si queremos barrios más seguros, ciudades más saludables y personas más felices, necesitamos apostar por el encuentro. Y si lo pensamos bien, todo esto también se conecta con otros temas: al fortalecer la comunidad, también cuidamos la salud mental, prevenimos enfermedades y hacemos de nuestro entorno un lugar más amable y sostenible. Así, poco a poco, construimos ciudades donde realmente dan ganas de vivir.