Por Paulina Hernández
precandidata a Diputada por el Partido Republicano
El Gobierno ha decidido desempolvar uno de los proyectos más controversiales de los últimos años: el aborto libre. No se trata de un debate nuevo ni de un ajuste técnico a las tres causales ya existentes. Se trata de consagrar como “derecho” lo que, en el fondo, es —y seguirá siendo— la interrupción de una vida humana en desarrollo.
La estrategia es clara: disfrazar de “libertad” lo que, en la práctica, es un retroceso moral profundo. Bajo el lema de la autonomía femenina, se pretende normalizar el aborto como una opción más, como si no hubiera otra vida en juego, como si el vientre materno no fuese el lugar más sagrado para un ser humano en formación.
Pero esta vez el asunto no es solo del Ejecutivo. Este es un llamado urgente a quienes, desde la derecha, fueron elegidos con la promesa de defender principios. Nos referimos a los parlamentarios de nuestra región: Bernardo Berger, Gastón von Mühlenbrock y la senadora María José Gatica. Pero también a lo que dirán quienes se han vestido de conservadores, como el senador Flores. La pregunta es directa y sin dobleces: ¿van a defender la vida o se rendirán al lobby ideológico de la muerte?
El país observa. Y esta región, que ha sido históricamente defensora de los valores fundamentales, merece una representación valiente, coherente y sin ambigüedades. No se puede defender la vida a medias: o se está del lado de los indefensos, o se colabora con quienes los quieren invisibilizar.
En un año electoral, esta definición será clave. Porque más allá de los discursos y las promesas, cuando la vida está en juego, lo que realmente importa es cómo votan los que están actualmente y los que se postulan para reemplazarlos.
Yo digo sin dobleces: la vida está primero, siempre.