Propietarios determinaron el cierre de la conocida zapatería unionina que permanecía sin abrir por la pandemia, dejando atrás más de tres décadas de actividad comercial, que se cruzan con la historia de una familia que se avecindó y echó raíces en la ciudad.
Hace poco más de un mes, la conocida tienda Ger-Mar Shoes de La Unión, ubicada en la esquina de calle Esmeralda con Angamos, cerró sus puertas de manera definitiva. Con ello quedaron atrás casi 36 años de trabajo y esfuerzo que involucra a una familia que se avecindó en La Unión, que echó raíces y marcó historia en el comercio local.
Luis Gerardo Sepúlveda Aedo, propietario de la tienda, nos recibe en su casa para contarnos la historia de este local que se caracterizó por su buen trato hacia el cliente, la calidad de sus productos y la consolidación de una visión que una mujer tuvo en los años ochenta, que implicó instalar e innovar en la oferta comercial de la comuna.
Gerardo, comienza a contar su historia, recordando a su abuelita, una mujer esforzada con un almacén de barrio en Chillán, donde él, a los diez años, ya estaba detrás del mostrador atendiendo a la gente, por lo que en su ADN está plasmada la veta de comerciante que lo ha caracterizado.
Luego, cuando tenía 12 años, su familia debe trasladarse a La Unión, debido a que su padre, Mario Araneda Parra, asumió un cargo como funcionario público, lo que finalmente llevó a la familia a echar raíces y consolidar varias ideas comerciales que rondaban por la cabeza de su madre, Flor Sonia Aedo.
“Mi papá era inspector del Servicio de Impuestos Internos en Chillán, y lo trasladaron como jefe de la Unidad de Impuestos Internos a La Unión, y fue una aventura, porque llegamos el 24 de diciembre de 1975 en la noche, a una casa arrendada que no tenía ampolletas, a desempacar las camas para poder dormir en noche de Navidad. Al amanecer, recién pudimos ver cómo era la casa, cómo era la ciudad, a conocer cómo era el sur. Yo quedé encantado con la ciudad, en esos años me adapté muy bien”, recuerda con nostalgia Gerardo.
Unos años más tarde, su padre -aunque no lo es biológicamente, pero Gerardo reconoce la paternidad en él-, toma la decisión de adelantar su retiro como funcionario público para iniciar una aventura comercial, iniciativa de su madre, que siempre tenía buen olfato para los negocios y buenas ideas. En aquellos años, los lavasecos estaban comenzando a posicionarse en el mercado, por lo que abrieron el primer servicio de este tipo en La Unión, en calle Comercio, donde hoy está zapatería La Reina y Coopeuch: El famoso lavaseco Donini.
En ese tiempo, Gerardo estudiaba en el Liceo de La Unión, pero en sus ratos libres ayudaba a atender en el lavaseco. “Aprendí el funcionamiento de todas las maquinarias, ayudaba a hacer todas las labores que en esos años veía y obligadamente aprendía, porque era un emprendimiento familiar y todos estábamos involucrados”, agrega.
Pero, no fue el único emprendimiento que su madre haría, porque de manera paralela, en el mismo edificio retomó una actividad que ya realizaba en Chillán y que en ese tiempo no existía en La Unión.
“Ella instaló el primer salón de belleza, basado en el estilismo que estaba muy de moda, y en frente abrió una peluquería para varones. Contrató a una persona que conoció, que era muy bueno en el estilismo varones, y ella atendía el salón de belleza para las mujeres”, comenta el comerciante. El estilista contratado era Fernando Navarro, quien hace algunos años murió asesinado por un grupo neonazi en Temuco.
DE UNIVERSITARIO A COMERCIANTE
Gerardo logró obtener el puntaje necesario en la Prueba de Aptitud Académica para ingresar a estudiar la carrera de Ingeniería Forestal en la Universidad Austral de Chile, la cual no le gustó, y luego de un par de años, decidió trasladarse al Instituto Profesional Osorno, sede Puerto Montt, para estudiar la carrera de programación en computación que estaba muy demandada en esos años.
En aquel entonces, vivió un período de mucho estrés, porque “las matemáticas me tenían loco”, señala, por lo que al final del tercer semestre su madre le dijo: “congela la carrera por un semestre y veamos una alternativa, porque estoy con la idea de una zapatería y vamos a ver si la podemos implementar”.
“Mi madre pidió un crédito en esos años al Banco Concepción, 600 mil pesos, que en ese tiempo era mucho dinero (poco más de seis millones de la actualidad) y con eso se comenzó la zapatería. Fue ella quien tuvo la idea, gracias a ella pude desenvolverme en el comercio, desarrollar esta iniciativa como ella lo esperaba. Me dio la oportunidad, la aproveché, y me dediqué al comercio. Estuve un par de años trabajando con un primo, que también se había venido desde Chillán, éramos los únicos dos vendedores junto a mi madre”.
El nombre de la zapatería, Ger-Mar Shoes, es una combinación del nombre Gerardo (GER), de su hermana Maritza (MAR) y también de su padre Mario, y a ello se le agregó la palabra Shoes (zapato en inglés), combinación con el idioma anglosajón muy de moda en los años ochenta para nombrar establecimientos comerciales.
La zapatería estaba en el mismo lugar de siempre, pero ocupaba -aproximadamente- una cuarta parte de lo que fue posteriormente, unos 40 metros cuadrados. El trabajo de conseguir el calzado requería de muchos viajes a Santiago, ya que en ese tiempo las compras eran de manera presencial.
“Uno tenía que viajar a Santiago, recorrer muchas fábricas, no existían las importaciones, sólo eran productos nacionales y artesanales. Había que embalar, venir cargado de cajas en los buses, y era un sacrificio porque había que hacerlo cada 15 días, ya que uno se surtía en la medida que iba vendiendo y capitalizando. Realmente era un trabajo muy sacrificado, porque había que recorrer todo Santiago cargado, trasladándose en taxi para llegar a los buses. Esos primeros años fueron de mucho sacrificio”, recuerda el comerciante.
Esos años también fueron de mucho aprendizaje para Gerardo, lo que le permitió consolidar el negocio. “Me ayudó mucho porque aprendí el sacrificio, el trabajar sin horario, y con toda la responsabilidad que se me había dado; mi madre a los años me dijo el negocio está armado, sigue tú de aquí en adelante. Así fuimos creciendo con los años y ganando la preferencia de nuestros clientes, dando un servicio personalizado que a nosotros nos ha caracterizado, lo que nos hizo ganar el cariño de la gente, por marcar la diferencia”, comenta.
Es así que cada vez que podían remodelaban la zapatería, la agrandaban, mejoraban, tratando de mantener un look moderno, y “la gente lo recuerda a través de los años, los que fueron los primeros clientes recordarán como era la zapatería anteriormente”, acota el propietario de Ger Mar Shoes.
Pero, quizá la mayor valoración de la zapatería fue cuando por redes sociales comunicaron el cierre definitivo, porque allí la gente expresó su cariño y reconocimiento, fruto de arduo trabajo realizado durante más de tres décadas.
“Todo el cariño y comentarios en redes sociales, la verdad es que han sido para mi y mi familia muy gratificantes. Saber que uno ha sembrado algo y que ha logrado una afinidad con la gente, eso es algo impagable”, señala Gerardo.
SUPERACIÓN DE CRISIS
A lo largo de los años, debieron superar varias crisis, y debieron reinventar el negocio para sobrevivir y mantenerse vigentes.
“Pasamos la crisis del 98, la crisis asiática, que fue tremenda. Ahí nosotros debimos cambiar, porque la industria nacional se vio afectada y entró mucho el zapato importado, ya que por la crisis la gente necesitaba cosas más económicas. Ahí comenzamos a trabajar mixto, porque no todo el calzado que llegaba era de cuero, llegaba de Asia y Oriente, y eso nos permitió reflotar el negocio, mantener la actividad comercial”, asegura Gerardo Sepúlveda.
Sin embargo, esa no fue la única antes de llegar a la actual, según relata el comerciante. “En 2008 llegó la crisis subprime. Esa fue bastante fuerte, por lo que, con los años, aprendimos a sortear los tiempos malos, haciendo un buen manejo en tiempo de vacas gordas para superar los de las vacas flacas, para llegar hasta ahora que fue peor que las otras, porque el no poder trabajar, no poder ejercer una actividad, teniendo tanta responsabilidad de gente tras uno, aguantar lo que más se pueda es muy difícil, por mucha espalda que se tenga es complicado, porque se van gastando los ahorros y hay que pensar fríamente qué es mejor”.
Por ello, con sentimientos encontrados, debieron determinar el cierre de la tienda, porque a diferencia de las crisis anteriores, no podían mantener abierto por las cuarentenas. “Esta pandemia nos llevó a pensar mucho como familia, si era necesario seguir trabajando en e mismo rubro o no, si era necesario exponerse tanto, ya que tenemos bajo nuestra responsabilidad a mis suegros, que son adultos mayores; y por mi lado tengo a mis padres, también adultos mayores, entonces no nos íbamos a perdonar si por culpa nuestra se enfermaran. Teníamos que cuidarnos y nos llevó a tomar una decisión difícil. Teníamos que hacer una tremenda inversión para la temporada, y no tener la seguridad si íbamos a poder tener abierto, era un riesgo muy alto, por lo que decidimos hacer una pausa en el camino, para después encaminar en el futuro otros proyectos que sean diferentes”, señala Gerardo con cierto dejo de pena.
“Nosotros llegamos a tener ocho personas promedio trabajando. En las navidades éramos entre 10 y 12 personas, y ahora estábamos con cinco personas. Logramos trabajar de manera eficiente en este tiempo de pandemia con menos personal, obviamente con más recarga de trabajo. Si se hubiese mantenido sin cierres habríamos salido adelante, aunque en forma más lenta. Pero mi trabajador más antiguo, Mauricio Villanueva, también quería dar un paso al costado. Un gran trabajador, muy importante para nosotros, muy fiel, junto con Cristian Manzano, los más antiguos que teníamos. A ellos se suma la secretaria, Karin Ortiz, que estuvo siete años con nosotros”.
AYUDA IDÓNEA
Gerardo reconoce de manera especial el aporte de su esposa Paola Barichivich, también hija de comerciante y funcionario bancario -que tuvo por años la tienda Disneylandia en calle Prat- porque considera que ella se llevó todo el trabajo más pesado de la tienda, se sacrificó y se transformó en el alma de la zapatería, y trabajando en la caja aprendió a relacionarse muy bien con la gente, generando importantes vínculos.
“Ella tiene una forma especial de ser, es muy querida, muy cálida con el público, ya que tenía la atención directa con la gente en la caja. A veces le preguntaba cómo conocía tanto a la gente, porque ella sabía quiénes eran en cuanto entraban. Yo le preguntaba cómo lo hacía. ¡Eres como una computadora para tener todos los datos!, le decía. No sólo conocía al cliente, conocía su historia, su familia, generando un vínculo, porque siempre que pasaban a la caja se quedaban conversando con ella”.
Era una atención personalizada, sin prisa, escuchando al cliente. En medio de un mundo despersonalizado, ella se preocupaba por los problemas de la gente, algo que Gerardo dice envidiarle, y que permitió mantener una clientela por muchos años.
EL FUTURO
Respecto al futuro, los planes de Gerardo Sepúlveda y su esposa Paola Barichivich, son pausados pero seguros. Más aún cuando esta ciudad está viviendo un bicentenario y necesita proyectarse hacia el futuro. El comerciante considera que se necesita innovar, especialmente en el diseño de las edificaciones, pensando en el turismo, porque las normas de construcción impuestas desde el municipio por las antiguas ordenanzas, no permiten hacer mayores cambios.
“Aquí hay gente que no ha querido invertir en su ciudad, proyectar el comercio y hacerlo crecer. En lo personal, he podido construir y arreglar espacios, abriendo posibilidades a que lleguen nuevos comercios. Considero que a La Unión le falta un estilo de construcción con piedra y madera, con marquesinas que cubran la vereda, al estilo Pucón. Como quiero mucho a La Unión, quisiera verla crecer mucho más en la parte turística, darle un estilo de arquitectura que invite a venir y a invertir en ella, ver mucho más lindo el centro de la ciudad”, señala Gerardo como su gran deseo de futuro.
Ese deseo, por ahora, se ha visto frustrado, debido a que cada vez que consultó para construir prolongando la techumbre a la vereda, de manera que la gente circule en periodo de lluvia y sol de forma más cómoda, la respuesta que recibió fue que no se podía. “Otras ciudades como Puerto Varas, Villarrica o Pucón lo han hecho, incluso, aunque de una manera más rústica, lo está haciendo Paillaco, y nosotros ¿por qué no podemos?”.
Pero, al concluir hace preguntas que el mismo responde: “¿Qué construcciones comerciales se han hecho en el último tiempo? ¿Quién ha querido invertir en La Unión en los últimos años? La verdad es que muy poca gente, y muchas de las que han estado por concretarse se han venido abajo. Se ha escuchado que se va a construir un centro comercial frente a la plaza, un supermercado. Todo se vino abajo por culpa de esta situación que estamos viviendo, debido a factores externos”.
Finalmente, Gerardo asegura que no es necesario que venga gente de fuera a realizar inversiones, porque considera que hay muchos a nivel local que pueden hacerlo, pero no lo hacen, porque -según sostiene- hay quienes prefieren tener el dinero en el banco en vez de invertirlo en pos del desarrollo local. Eso es algo que este comerciante espera cambie en el futuro, al tiempo que envía un último mensaje a los gobernantes locales.
“Las autoridades, todas las que nos toquen de aquí a futuro, ojalá proyecten la ciudad con un aire nuevo. Hay gente que quiere invertir, pero cuando se encuentran con trabas y regulaciones que desmoralizan, prefieren ir a otros lados. Si se dan facilidades, eso invita a que la gente venga a desarrollar negocios. Ojalá se preocupen de estos detalles que son muy importantes, que escuchen a los comerciantes, que escuchen a la gente, escuchar las ideas, para crecer como ciudad”, concluye.