Por Camilo Gómez
Noticias Los Ríos 

Cuatro adultos toman a un niño de trece años, lo encierran en una habitación, lo amarran a una silla y durante doce horas lo someten a tortura, golpeándolo en el rostro con un martillo y otras vejaciones hasta que finalmente deciden, con una bolsa, asfixiarlo hasta morir.

El crimen del niño fue presuntamente haber violado a una niña de cinco años, cuestión que fue descartada por el Servicio Médico Legal. Ahora, aun si hubiera sido cierto ¿Dónde está la justicia?

Las redes sociales nos han servido para compartir opiniones y llegar a ciertos consensos, estos, apoyados por la prensa que comienza a construir un imaginario sobre la justicia y delincuencia nos han conducido a atiborrarnos de conceptos violentos y brutales como “cortémosles las manos”, “arranquémosle las bolas”, “La única forma de que no vuelvan a delinquir es matándolos a todos” y todos estos juicios que vociferamos luego de los diez segundos que tardamos en leer el titular de una noticia sobre un delito que no nos consta.

El imaginario de la delincuencia – principalmente construido por la prensa – nos hace creer que estamos a merced de los criminales, que no hay y nunca habrá justicia si no es por mano propia, que las detenciones ciudadanas [eufemismo para ensañamientos urbanos de humillación y violencia amparados en el anonimato que da actuar en masa] son el camino a la paz social, que la “puerta giratoria” esta sin control y que estamos siempre al filo del quiebre social, a un paso estar en tierra de nadie.

Resulta que no es así, los índices de criminalidad año a año decrecen, o, en otras palabras, cada año hay menos delitos, pero la sensación de inseguridad aumenta, seguimos comiéndonos el mensaje de que no hay paz, de que estamos solos y a merced del mal.

La consecuencia de esto es simple, creamos una bola de nieve de inseguridad y esa inseguridad comienza a dibujar un ambiente de odio, un sentimiento que como alquitrán caliente se nos pega en la consciencia y nos empieza a convertir en bestias, bestias que lentamente comienzan a abandonar la racionalidad por una sed de venganza, y disfrazando de justicia esa furiosa idea de que hay que pagar el mal con mal nos abalanzamos hacia lo atroz, lo macabro que es tomar a un niño de básica, fracturarle la cara a martillazos y luego ahogarlo con una bolsa porque hizo – porque asumimos que hizo, sin ninguna prueba, algo digno de castigo – un niño, al que ahora que los antecedentes preliminares exculpan, no podemos devolverle su infancia, no podemos quitarle el miedo y el dolor indescriptibles que sufrió… no podemos devolverle la vida.

Es por eso existe la ley, por eso existen los tribunales, los jueces, los fiscales y defensores. Se equivocan, es cierto, pero todo sistema humano tiene ese riesgo. La diferencia, es que institucionalizamos la retribución para evitar la barbarie, para que las cosas se resuelvan a martillazos y tortura, para que nadie sufra un castigo sin haberse comprobado que hizo algo mal.

Entonces, la próxima vez que piense en cortarle las manos a alguien, que crea que matar a palos a una persona por robarse algo está bien, imagine al pequeño de trece años acusado de violador frente a usted, vea su cara de horror; véase a sí mismo con un martillo sangrante en las manos mientras el pequeño trata de balbucear que él no fue, que no hizo nada; sienta las sacudidas mientras sus manos le quitan el aire con una bolsa y una almohada, vea esa imagen y dese cuenta de quién es la bestia, quién es el monstruo y si eso es lo que significa justicia.