Por Enrique Larre
Arquitecto
Si leíste mis artículos anteriores sobre “Planificación Urbana y Desarrollo Territorial” y “Densificación Inteligente”, ya deberíamos tener una visión general de cómo puede avanzar nuestro territorio. Ahora, toca mirar más allá de lo urbano y pensar en el campo, en la ruralidad. Porque el desarrollo del territorio no se trata solo de grandes urbes: el mundo rural también necesita planificación, inversión y crecimiento ordenado.
A principios del siglo XX, hubo una fuerte migración del campo a la ciudad en busca de trabajo y mejores oportunidades. Hoy pasa todo lo contrario: muchas personas están dejando la ciudad para irse al campo. Pero esta vez no lo hacen necesariamente por trabajar en el sector agricola, sino por elección. Buscan tranquilidad, aire limpio y una mejor vida. Suena bonito, ¿cierto? Y lo es. Pero también hay que mirar el otro lado: esta tendencia deja al descubierto lo mal que están nuestras ciudades. Y, por otro lado, no se trata de idealizar la vida en el campo, sino de entender que, si cada vez más personas eligen irse a zonas rurales, debemos estar preparados. Porque no basta con llegar: hay que quedarse, vivir bien, con caminos decentes, internet que funcione y servicios básicos que realmente estén ahí.
Durante años, la falta de infraestructura, los servicios básicos dispersos en el territorio y la “fiebre de las parcelaciones sin planificación” han forjado un crecimiento caótico que deja a muchos sin oportunidades reales. Pero ¿y si hiciéramos las cosas bien de una vez por todas?
Ahora, imagina intentar progresar con caminos llenos de hoyos o eventos (como los llaman de forma elegante), sin transporte público, sin agua potable y con internet si es que te llega. Difícil, ¿cierto? Esa es la situación de muchas zonas rurales. Si queremos descentralizar el desarrollo, necesitamos infraestructura de calidad: mejores caminos, electrificación, agua potable e internet que funcione de verdad. Un buen sistema de conectividad no solo permite que la gente acceda a servicios esenciales como salud y educación, sino que también impulsa la economía local. Si los agricultores pueden transportar sus productos más rápido y las pequeñas empresas pueden vender por internet sin interrupciones, el desarrollo rural deja de ser una promesa y se convierte en una realidad.
Las grandes ciudades están colapsadas. El costo de vida es alto, el tráfico es intolerable y la calidad de vida va en caída. ¿Por qué no fortalecer pequeñas ciudades y localidades intermedias para descongestionar las urbes? Pero ojo, no se trata de extender poblaciones sin planificación. Se necesitan nuevos núcleos urbanos con buenos servicios, viviendas bien conectadas y transporte público eficiente. Con reglas bien establecidas y una estrategia de crecimiento ordenado, podemos lograr que estas zonas sean atractivas para vivir y trabajar, equilibrando el desarrollo del país.
Por otro lado, comprar una parcela en el campo suena como un sueño: aire puro, tranquilidad, conexión con la naturaleza. Pero cuando estos loteos crecen sin planificación, se convierten en un problema. Falta de agua, caminos en mal estado y servicios inexistentes son pan de cada día en muchas parcelaciones en el país. La solución no es prohibir, sino regular con inteligencia. Es necesario exigir estándares mínimos de infraestructura –agua potable, alcantarillado, accesos adecuados– que aseguraren que las parcelaciones sean parte del desarrollo y no un obstáculo para él.
El campo no puede depender solo del azar o de la inversión espontánea. Si planificamos bien, fortalecemos la infraestructura y generamos oportunidades reales de inversión, lograremos un crecimiento rural con sentido. Un modelo en el que la inversión pública y privada trabajen juntas para un desarrollo eficiente, sustentable y equitativo.
El desafío está sobre la mesa. ¿Nos atreveremos a hacerlo bien alguna vez?