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jueves, 28 marzo, 2024

Chile, nuestra casa común

El poder trasformador de las sociedades humanas ha impactado el ambiente en que vivimos llegando a modificar el clima global del planeta, nuestra casa común. En la encíclica Laudato, Si`, el Papa Francisco sostiene que “Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla” para referirse a la forma en que nos relacionamos con el océano, agua, aire y la biodiversidad, los recursos comunes de nuestro planeta.

Por Nelson Lagos
Director del Centro de Investigación e Innovación para el Cambio Climático

En ausencia de acuerdos internacionales para enfrentar estos desafíos globales, emerge la necesidad de aportar con consensos desde los territorios, regiones y naciones. El momento constituyente que vivimos en Chile es una oportunidad para enfrentar el problema de los recursos comunes, incluyendo en la nueva carta magna principios socio-ecológicos que nos ayuden a salir de la tragedia de la sobreexplotación y agotamiento de los recursos naturales. Pero, ¿cómo podemos revertir la degradación ambiental generada por la forma en que la actual constitución enmarca nuestra relación con la naturaleza? ¿Qué principios de diseño y recomendaciones debemos hacer para fomentar que este poder transformador sea socio-ecológicamente sostenible? ¿Cómo abordamos la dicotomía entre bienes públicos y privados para el manejo de los recursos naturales? Abordar estas preguntas requerirá no solo de un sólido conocimiento científico, sino también un marco que considere principios de ética ambiental, social y política, los cuales normen nuestra conducta individual y de una sociedad conectada con la naturaleza.

La experiencia indica que un fuerte sentido de pertenencia hacia una localidad, ciudad, paisaje o territorio, expresiones de nuestra casa común, ayuda a pavimentar el camino hacia la sostenibilidad. Los ciudadanos construimos diversos significados y valoramos un mismo territorio en función de sus dimensiones ecológicas, sociales, económicas, culturales, estéticas e históricas. Este sentido de pertenencia se transforma a través de las vivencias individuales y define cómo las personas ven, interpretan e interactúan con su entorno. Grupos con fuerte sentido de pertenencia son capaces de priorizar las soluciones a largo plazo por sobre los beneficios a corto plazo, fortaleciendo el compromiso colectivo y la voluntad de las partes interesadas para la búsqueda de soluciones. Los modelos de uso colaborativo y autogobierno comunal de un recurso pueden promover la equidad en el acceso, el control democrático, y a la vez un mayor cuidado de los recursos compartidos. La literatura y algunos casos de estudio sugieren que sistemas socio-ecológicos locales pueden autoorganizarse para navegar exitosamente hacia trayectorias más sostenibles en términos ambientales. Sin embargo, esto requiere que se reconozca formalmente el derecho a la auto-organización, a gestionar los recursos, negociar consensos sobre los objetivos de sostenibilidad y la flexibilidad para renegociar estos objetivos adaptándolos a nuevas realidades. Es decir, modelos de gobernanza innovadores y democráticos desde lo local. ¿Es posible que nuestra sociedad pueda incorporar este tipo de principios y fomentar las condiciones sociales, económicas y ambientales que permitan diseñar e implementar las transformaciones necesarias hacia una sostenibilidad de largo plazo? Nuevamente, ¿cómo evitamos caer en categorizaciones simplistas que definen sólo lo propio y lo ajeno, lo estatal y lo privado, lo de todos y de nadie? La comprensión que tengamos hoy, en este momento constituyente, sobre los bienes comunes y sus formas de derechos de propiedad será crítica para una transformación socio-ecológica sostenible, ya que estas definiciones se relacionan estrechamente con los conceptos que manejemos sobre el estado, el mercado y las relaciones de poder y posesión.

Probablemente, las respuestas y soluciones para estos preguntas y problemas no emergerán solamente de las escuelas de ciencias ambientales, sociales o de gobierno, sino – como sugiere la premio nobel en economía Elinor Ostrom – desde la incorporación de un enfoque policéntrico que propicie un sistema de gobernanza en el cual los individuos y las autoridades nos organicemos a distintas escalas del territorio, incorporando todas las nociones de valor y sentido de pertenencia que nos unen a Chile y nuestra casa común. La construcción de una nueva constitución será un espacio de democracia deliberativa para plantearnos estas preguntas, y buscar soluciones en común.

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