Por Camilo Gómez
Abogado / Columnista noticiaslosrios.cl

En el último tiempo la Iglesia Católica ha sido profundamente cuestionada debido a los abusos sexuales y las violaciones sistemáticas vividas dentro de la institución.

Sin embargo, más allá de la dimensión criminal, con amplia evidencia, el problema parece ser el reducto de corrupción que han sido las iglesias. Así, cuando se indica “las iglesias” en plural, es porque las distintas organizaciones de inclinación espiritual, sin importar sus credos guardan entre sus filas personas que hacen proliferar el abuso e impiden por otra parte el control por parte de las instituciones públicas y por la ciudadanía misma.

Hay una ventaja tremenda de parte de los líderes de estas organizaciones –sacerdotes o pastores– quienes adjudicándose el vox dei, es decir, la voz de dios, pueden promover prácticas poco éticas, cuestionables o de plano criminales, como los abusos sexuales, el uso indebido de dineros de los feligreses o donaciones de estos mismos que en vez de ser usadas para el culto o fines sociales terminan cayendo en el uso personal de los líderes religiosos.

Así, el cuestionamiento hacia estas prácticas se reduce cuando se usa el lenguaje espiritual, “es la voluntad de Dios”, puesto que los seguidores de una iglesia sienten un temor reverencial a Dios, primeramente, y en consecuencia a quien se supone lo representa.

De este modo, nos encontramos frente a instituciones que de manera sistemática – y no excepcionalmente como se ha intentado hacer ver – se organizan para poder abusar o defraudar a la comunidad que confía en sus liderazgos. A tal punto, que las denuncias son tomadas como comentarios malintencionados “son inventos de los zurdos” dijo el mismísimo Papa, cuando se le habló del problema del encubrimiento de los abusos y violaciones cometidas por Karadima y su círculo cercano.

Por ello, se minimizan las acusaciones, se cuestiona a las víctimas, , aisladas por su comunidad, terminan cargando en soledad los traumas, los perjuicios económicos y demás cargas que significa verse sometido a las vejaciones antes mencionadas.

Así, surge la necesidad en, una sociedad como la nuestra de cuestionar el poder que se le da a estas organizaciones en la vida pública y más aún a sus representantes –creencias aparte– sobre su actuar, establecer protocolos de denuncia efectivos, que eviten que estos problemas sean tapados bajo un aura de misticismo y se comprenda que los delitos o las faltas éticas nada tienen que ver con las creencias espirituales que pueda tener cada uno y no permitir que el respeto a las instituciones sea causa de impunidad e irresponsabilidad.

Es importante entender, a este respecto, que sacerdotes, pastores o guías espirituales en general son personas normales, que tienen virtudes y defectos como todos y que presidir una institución no los libra, o no debería hacerlo, del cuestionamiento de sus pares o los juicios de nuestros tribunales.

La cultura en la que nos desenvolvemos debe superar la superstición de la santidad de los líderes religiosos y entenderlos como lo que son: guías espirituales que deben el mismo respeto a la ley y a su comunidad que las demás personas. No entenderlo hace que casos como el de Karadima, no sean juzgados apropiadamente y caigan en la impunidad delitos que deberían ser castigados con penas de cárcel.

Finalmente, la discusión en estos casos no es en contra de Dios o las creencias de las personas, a quienes constitucionalmente les asiste la libertad de culto, sino en contra de los pastores, quienes con el pretexto de guiar a sus corderos, los abusan, humillan y estafan, convirtiéndose derechamente en los lobos, que en su condición de tales, deben ser juzgados no por el derecho canónico, no por ostracismo en la organización, sino por los tribunales ordinarios.