Levantarse a votar obligado, porque no queríamos pagar la multa. Esa era la tónica de la democracia de hace unos años. Hoy votar es voluntario y como tal, algunos eligen la opción de no hacerlo, por indiferencia tal vez, otros porque es fácil predicar con autoridad moral que ningún candidato merece su apoyo, nadie me representa y otras muchas. Una opción legítima, sin duda, pero inútil.

Esta falta de participación ha generado una revolución política, una nueva forma de entenderla, por un lado, ganando poder pequeños grupos de la población que representan al 10% o el 15% de los chilenos pero que construyen todo el aparataje de los cargos de elección popular y por el otro, destrozando la calidad de la oferta electoral, buscando a este votante “indeciso” a través de una campaña electoral poco ideológica y programáticamente pobre, en donde el multitudinario despliegue de medios ha favorecido más un show patético en que los candidatos se insultan, gritan y se arrojan cosas, recordándonos de la forma más desagradable posible nuestra condición de primates.

Así, argumentos para la inercia y la inacción política parecen sobrar: El primero, la inutilidad del voto como agente de cambio reflejada en la cotidiana frase “para qué votar si nada va a cambiar…” cuando en realidad resulta que la mantención de un proyecto político pernicioso o degradante, de un gobernante mediocre o corrupto, o de cualquier otra gestión indeseable proviene precisamente de la abstención irreflexiva, de la mala costumbre de coartar el propio pensamiento dejando que otro, igual pero ajeno, decida el futuro del país, en síntesis, la victoria de la flojera.

El segundo, la irrelevancia del voto reflejada en el viejo mantra “entre tantos, mi voto no importa” que parece desconfiar de la más básica premisa de la democracia representativa. Claro, un voto no importa hasta que nos convertimos en el país con más abstención electoral en el mundo o sencillamente hasta que la aritmética juega su papel construyendo mayorías un voto a la vez. En perspectiva, si el futuro de 17 millones lo deciden 4 millones algo no está bien.

El tercero, es la forma en que los bloques políticos se forman, dejando poco paso a nuevos rostros, de ahí surge el conocido “da igual votar si siempre salen los mismos”. En este punto nos encontramos con un concepto muy interesante, llamado Profecía Autocumplida, en el, el sujeto que propone una idea, termina actuando de tal forma que el resultado es causado por el mismo, por ejemplo “igual me irá mal en la prueba”, entonces la persona no estudia, y en definitiva, le va mal en la prueba. En el caso de las elecciones, funciona de la misma forma, es decir, salen siempre los mismos porque las personas no apoyan nuevas candidaturas, no castigan con su voto en contra de los políticos que no cumplen sus expectativas y de plano no participan en las elecciones. Eso permite, que pequeños grupos mejor organizados y constantes, puedan levantar sus candidatos y hacer que salgan siempre los mismos.

El cuarto, algunos construyen las abstención como crítica a lo que se ha mostrado como un sistema político ajeno a la gente y sus demandas, una camarilla de corruptos que maquinan y juegan con el poder en pos de sus propios intereses y que resuena en la mirada despreciativa de quienes señalan “no voy a participar del circo electoral”. Aquí, el celo con que las personas se alejan de la política, en realidad esconde una salida fácil, el desentenderse de la política para no sentirse responsables, y que sean los otros los culpables de las malas decisiones de los políticos es una forma de cobardía ¿recuerdan a Poncio Pilatos? Lavarse las manos para evadir la propia responsabilidad no solo es mal visto, sino también miserable.

En resumen, lo que estos argumentos no pueden vencer todavía es la importancia esencial de la participación, esto es, que se sigue tratando aquí no del ganador de un reality, ni del jugador ‘expertoeasy’ del partido de fútbol, ni de un concurso de belleza, sino de la elección del individuo, grupo y coalición que detentará el poder del Estado, del Chile de los próximos cuatro años, y en ese sentido, la pasividad resulta útil solo para alimentar la perpetuación de una actividad política mediocre.

El llamado entonces no es solo a votar, sino a la cordura, la reflexión, a la comprensión de la política y su influencia en las dinámicas sociales, en los proyectos personales y colectivos de cada uno de nosotros. No da lo mismo quien gobierne, pensar lo contrario es una mentira de adolescente enojado, no busquemos excusa para la única cosa que nos debería enorgullecer como humanos: pensar.

Por Pedro Barrera y Camilo Gómez