Por Pedro Barrera
#MundoCritico

Tanto la política como el devenir cultural de cada sociedad democrática pueden ser descritos como un proceso libre de constante colisión y acomodamiento entre los distintos discursos ideológicos de los grupos que la componen. Diversas ideologías, propuestas y proyectos que pugnan por instalarse como el discurso hegemónico, es decir, como aquella idea que vence a las otras, que triunfa y que por ende vertebra o dirige la forma en que un país ha de conducirse.

Esta semana asistimos a una serie de episodios en donde apreciamos precisamente esta pugna, esta lucha por instalar un discurso como el que mejor responde a las necesidades de la sociedad. Y la reflexión inicial cae de cajón: Estamos perdidos. No tenemos prioridades.

La vergonzosa polémica del autodenominado ‘bus de la libertad’ y su contrapartida levantada por el MOVILH nos demostraron -con un espectáculo que bordea lo ridículo- cómo esta lucha se da y lo que es más importante, cuál es el nivel de las discusiones en nuestro país. En medio de una cuestión importantísima que pretende atender a la realidad que es la diversidad de género en nuestra sociedad, existe una masa considerable de personas que reacciona irreflexivamente enarbolando banderas que no entiende y ni siquiera intenta entender, contradiciendo su propio mensaje y lo que es peor; violentando a las personas que están en la vereda de enfrente solo por no coincidir. Es aterrador el estado de ignorancia en el que estamos empantanados cuando se oyen frases como “¡Todos los homosexuales son pedófilos, enfermos y degenerados…!” a quienes se les responde con carteles como “¡Muerte al homofóbico!”. Todo esto apoyado por una serie de estandartes y personeros políticos.

Y es que sin querer ahondar en lo que fue un festival de idioteces, ocurre que la forma en que las democracias crecen, se profundizan y se vigorizan es debatiendo ideas desde el respeto y la empatía. No desde la negación de la realidad, la intolerancia o la violencia. Y lo que es más fundamental aún, siendo precisos, leales y realistas. Los discursos en pugna en este caso están dotados de contenidos que sus representantes no conocen, no manejan pero que vociferan públicamente citando estadísticas falsas, nociones adulteradas, distorsionando la realidad para simplemente enmascarar el odio que pretenden reproducir. Se habla de libertad queriendo imponer un mensaje intolerante.

Es tal la irresponsabilidad y tan grotesco el mensaje que el morbo lo viraliza fácilmente, y luego nos encontramos dando publicidad a los dichos de un fanático y las igualmente fanáticas respuestas. Mientras tanto, no se debate lo profundo, lo que importa, lo relevante.

Es increíble que un bus haya tapado casi sin esfuerzo la consternación en la que nos sumimos el pasado domingo cuando el diputado René Saffirio describía sin tapujos por televisión, los vejámenes y abusos que se produjeron en el SENAME. Es incomprensible que durante una semana se priorice la defensa de la ignorancia por sobre la vergonzosa sentencia de la Corte Suprema en el caso Nabila Riffo, que considera que arrancarle los ojos a una mujer y luego golpearla con rocas en la cabeza no constituye dolo de matar sino de lesionar con gravedad.

Estos grupos prefieren defender la infancia trayendo un bus con un mensaje de ignorancia e intolerancia a pasear por el país antes que reaccionar a la vulneración de los DDHH de niños en una institución estatal. Se prefiere apedrear ese bus en defensa de la diversidad y la igualdad de género, pero se olvida tranquilamente analizar y criticar públicamente una sentencia judicial que marca el precedente más triste y machista en materia de protección a la mujer en la historia reciente de nuestro país.

Es tal el desenfoque, la falta de perspectivas, es tal la incomprensión de las problemáticas y la ignorancia que sustenta los discursos en pugna que se desvirtúan las prioridades. Cuando la lucha de ideas se da en un plano tan retrógrado, tan insensible e inculto, quien triunfa es la intransigencia. Se comienza a instaurar la noción de que la libertad de expresión es una idea vacía que aguanta todo, que a partir de ella puedo decir literalmente lo que sea, sin considerar siquiera que ninguna libertad es ilimitada, que todos los derechos solo tienen sentido en un marco de igualdad y respeto y que, por supuesto, la intolerancia es intolerable.

Esta semana totemizamos la ignorancia, cosificamos el conflicto y consumimos ese discurso casi sin pensarlo. No obstante, podemos aprender de esto. Entender que ante experiencias tan irracionales se puede reaccionar racionalmente fomentando el debate, informándonos, intentar desde nuestro círculo más cotidiano y doméstico subir el nivel de la discusión. Quizá así escapemos de esta tendencia a quedarnos solo con la superficialidad de los titulares.