viernes, abril 19, 2024

Columna de Opinión: Cuando la probidad es un favor

Por Pedro Barrera
#MundoCritico / #NoticiasLosRíos

Como si fuera el resultado de la vibrante creatividad del mejor de los guionistas de suspenso, la carrera política que tiene lugar en nuestro país cambia diametralmente todas las semanas. Con ello, no sólo profundiza la incertidumbre de los analistas sino que de paso deja un escenario aleatorio para los ciudadanos quienes vemos cómo en menos de una semana se desarman coaliciones, se anticipan otras, se constituyen o se caen partidos, se suben y se bajan candidatos, etc. Nadie podría negar que para aquel que le interesa lo político, el actual proceso electoral es todo menos aburrido.

Cooperan con este suspenso, noticias como los dichos cruzados entre Piñera y el Frente Amplio; mientras el primero acusa un extremismo ideológico de sus adversarios -vaticinando incluso una catástrofe en caso de que ganen- desde el hoy vigoroso Frente Amplio responden enarbolando casi con dignidad la limpieza en su historial político, como dando por sentado que el riesgo de la corrupción no les afecta, señalando como exclamó Mayol: “Somos extremistas. Extremadamente honestos al lado tuyo…” mientras de paso le recuerdan al ex presidente su condición de imputado. La cuestión no se acaba ahí, Manuel José Ossandón al lanzar su campaña anuncia con orgullo como promesa que con su triunfo la transparencia y la probidad volverán a la política.

De esta breve revisión noticiosa emana la que parece ser la gran oferta de todas las candidaturas: probidad. Erradicar para siempre aquellas deleznables y lúgubres prácticas de la ‘vieja política’. Ahora, esta ambiciosa oferta no es otra cosa que el intento por recoger el que ha sido el gran reclamo de la ciudadanía en los últimos años. El tema aquí es que la probidad, la honradez y la integridad ética que desde los orígenes de la ciencia política y el servicio público constituyeron un elemento imprescindible y un deber ineludible para los políticos, ha mutado hoy convirtiéndose en un insumo, un producto a la venta, otra materia prima de la cual profitar y sacar réditos.

Lo que antes era comprendido como una obligación, hoy es entendido como una oferta. Lo que siempre debió ser un elemento basilar de la política, hoy es un eslogan de campaña, una promesa, e incluso una deferencia del candidato. Un acto de conmiseración bondadosa con el que el político pretende ganarse el favor del votante promedio.

Sin embargo, la verdad es que mientras la clase política -asentada o incipiente- llena su boca con un discurso moralista y ético, los hechos demuestran lo contrario. La moribunda Nueva Mayoría reniega de un principio básico de transparencia decidiendo no ir a primarias y se conforma con definir sus candidatos a puertas cerradas. Por otro lado, casos como CAVAL, PENTA, SOQUIMICH, EXALMAR, DOMINGA o el mismo candidato de la derecha anunciando con bombos y platillos el fideicomiso ciego sobre sus bienes, haciendo notar casi con orgullo que también lo extenderá a su cónyuge y sus hijos. Y parece decir entre líneas que está haciendo más de lo debido o que deberíamos agradecerle, cuando sólo está obedeciendo la Ley y su espíritu.

Se ha desvirtuado a tal punto el eje ético de la política nacional que hemos tenido que crear una Ley de Probidad Pública, la que para variar se muestra débil e insuficiente en materias sancionatorias, estableciendo obligaciones que se pueden burlar fácilmente. Ejemplos sobran: Que la sanción máxima para la infracción del fideicomiso no supere los 46 millones de pesos como multa. Que no se imponga como sanción la remoción del cargo o penas de cárcel ante hechos de corrupción o tráfico de influencias, que el fideicomiso no entre en vigencia sino hasta que el candidato haya sido electo, y que solo aplique sobre el patrimonio a nivel nacional excluyendo los activos económicos en el extranjero, son muestra de lo deficitaria que es la actual legislación.

El problema de la falta de probidad es transversal, no tiene color político, no discrimina derechas de izquierdas. Incluso aquellos grupos que ingresan recientemente al aparataje político están cubiertos por el temor popular que es incrédulo respecto de su “santidad autoproclamada”. Y en este sentido, la reacción no puede ser otra que llamar la atención, agudizar el oído, abrir bien los ojos, parar las antenas, pues cuando la promesa es la probidad algo no está bien. Nuestro estándar está tan por el suelo que la expectativa de honestidad nos entusiasma.

Como reflexión final, lo incomprensible en todo esto es que se haya hecho de la probidad y la transparencia una barata y descartable herramienta de popularidad, un manoseado concepto usado sin vergüenza por personeros que han construido su carrera política rozando la sospecha y lo ilegal. La probidad no es opcional, no es un saludo a la bandera que hay que hacer para caer bien, ni un compromiso de campaña. Es el pilar fundamental en el sistema político de cualquier sociedad democrática civilizada, y sinceramente, la crisis en la que estamos queda en evidencia cuando la probidad es una deferencia, un gesto, un favor.

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