El feminismo, como todas las luchas sociales, siempre encontrará férrea resistencia de parte de aquellos que ven con naturalidad los privilegios que, de estar en una situación de genuina igualdad, no tendrían.

Recordemos que este día 8 de marzo que evoca la lucha femenina por la igualdad no es un día feliz, pues surge para recordar a aquellas mujeres que en Nueva York, en el año 1904, fueron quemadas vivas en la fábrica en la que se encerraron para protestar por cuestiones que en ese momento eran descabelladas, como: jornadas laborales de 10 horas o que se les permita un tiempo para poder amamantar a sus bebés.

Ese terrible incidente, si bien es históricamente relevante, obviamente no es el único episodio de violencia contra las mujeres, cuyos derechos no se respetan, o cuyas garantías mínimas no se aseguran. Chile, ocupa el quinto lugar de la OCDE como el país que más brecha tiene entre remuneraciones y otros derechos entre hombres y mujeres. Cuestiones como salud, acceso a puestos de dirigencia (privada y pública) se ven limitadas por el solo hecho de ser mujer.

A la mujer se le ha considerado por mucho tiempo como el sexo débil, sin darse cuenta que es en el regazo de las fuertes mujeres que se sostiene un país como el nuestro. Aquí, no se vivió el perfil de doncella en apuros esperando al príncipe que la rescate, o al macho que la mantenga. Nuestro país está forjado al alero de mujeres sacrificadas que pican leña, cargan sacos, y crían a los hijos huachos de padres que, en ese infantilismo que ha creado la mente machista de nuestra gente, los abandonan sin miramientos.

En Chile y en toda Latinoamérica se vive un feminismo diferente, acá no se siguen las reglas de la visión europea, porque la discriminación no sólo se debe al género, sino que también hay un fuerte componente étnico: si ya es difícil ser mujer, imagínense lo que es ser una mujer indígena. Para muchas esto no es sólo un ejercicio retórico, es la realidad que viven día a día y que sin duda pone a nuestro país en la obligación de repensar las luchas de género, teniendo en cuenta estas circunstancias de doble discriminación.

A lo ya dicho, es necesario sumar la violencia sexual, la “cosificación” de la mujer como un objeto de placer, que parece justificar los abusos en función de atrocidades como “andaba provocando, no ven como andaba vestida” o “si estaba curada es culpa suya” en vez de concientizar a nuestros jóvenes y niños a propósito del consentimiento, para que cuando sean hombres, no se valgan de estos errores para justificar la agresión sexual.

Evidentemente, estas palabras viniendo de un hombre puede que no digan mucho, sobre todo porque como tal he sido criado bajo esas mismas concepciones que hoy critico y que gran parte de las injusticias latentes en torno a las mujeres no las vivimos en carne propia, pero al menos sensibilizarse frente a ellas es una obligación.

Entonces, antes de dedicar cancioncitas estúpidas, o un abrazo zalamero y unas flores por compromiso, antes de ofrecer la luna, nuestro deber con las mujeres es apoyarlas en su camino a la igualdad, porque el mundo no es de los hombres, es de todos; y porque en un país como Chile, las mujeres han sido el motor y merecen respeto, dignidad y justicia.

Por Camilo Gómez
#LaNavajaDeGómez