El día que nos encontramos con los salvajes vimos sus ojos desorbitados de sorpresa, conocimos nuevas formas de someter y someterse, experimentamos una violencia en un presente antiguo y que hoy son recuerdos difusos. Cuando llegaron los salvajes a civilizar con la pólvora brutal, nuestras brutales flechas se vieron superadas.

La dominación del salvaje no se detuvo por los siglos de los siglos. Cual virus persistente fue cambiando y haciéndose valer incluso en lejanos futuros, incluso hoy se respira la pestilencia de su éxito.

Es fácil, en días como hoy recordar con odio la barbarie del conquistador, que con oscuro ingenio cambiaba oro por espejos; con crueldad asesinaba para fortalecer su dominio; y con bestialidad violaba a quienes miraba con el prisma de la superioridad, que paradójicamente les daba su posición en el “nuevo mundo” el de haber sido parias en sus tierras lejanas.

Es fácil odiar al invasor, relatado con subjetividad académica en los libros de historia, ese que ingeniosamente describe Galeano con su prosa, pero es difícil darnos cuenta cuánto de ese salvajismo reina aun hoy en nuestras vidas, porque ya no se cruzan océanos para vandalizar y oprimir, porque el abuso es pan de cada día y preferimos olvidarlo.

Hoy el salvaje golpea a su esposa cuando se pasa de copas y la asesina a sangre fría cuando se siente engañado; hoy el salvaje paga sueldos de miseria por necesidades irreales de una empresa que evalúa con el whisky en la mano; el salvaje se enriquece con una educación culturalmente eviscerante, que desprende a la mente su espíritu crítico y la convierte en un siervo silencioso y obediente; el salvaje persiste en quien folcloriza a los pueblos originarios, reduciendo su cultura a un poncho de feria o a una bandera cosida en un bolsito; el salvaje persiste en la política del abuso, en el permanente escupitajo a la dignidad de las personas; el salvaje obliga a una niña a criar un bebé que fue fruto de una violación, a que vea parir a un hijo que no sobrevivirá; el salvaje resurge en la mueca de quien esquiva la realidad de la pobreza; en quien evangeliza tratando a las minorías sexuales como si fueran bestias, tal como el salvaje discutió si los indios tenían o no alma; el salvaje siempre cree que el distinto es su enemigo, y replica sin piedad los azotes que algún día sin piedad recibió.

El día que nos encontramos con los salvajes no fue solo hace quinientos años, el día es cada día, a veces en las calles, a veces en los buses, a veces frente al espejo.

Escrito por Camilo Gómez
#LaNavajaDeGómez